/ lunes 27 de enero de 2020

Hernandia

El título de la presente colaboración es símil del libro que tuvo la bondad de obsequiarme el buen amigo Pepe Farah, que me siento en el deber de comentar con los lectores de esta columna al término del año en que conmemoramos, en el mundo hispánico y americano, quinientos años del arribo de don Hernán Cortés a playas que luego pasaron a formar parte de la capitanía y enseguida virreinato de Nueva España y, desde 1821, del país que ahora se conoce, en general, como México.

(Hecha la salvedad de que el nombre de México pertenece originalmente a la ciudad de Tenochtitlan, y que, a partir de la Independencia, fue impuesto por extensión a toda la antigua colonia, como expresión de un centralismo que hasta nuestros días continúa lacerando a todos los habitantes de esta república.)

Hernandia se subtitula “Triunfos de la fe y gloria de las armas españolas. Poema heroyco. Proezas de Hernán Cortés, del novohispano Francisco Ruiz de León (1755)”. La reedición de 2019 se nutre vastamente con los ensayos y textos de la Conquista, de Fredo Arias de la Canal.

Se trata de un volumen de 572 páginas, pero del poema sólo nos interesa por ahora compartir la parte que se refiere a los afanes del extremeño en las Californias, como manera de compensar un poco el hecho de que en todos los actos de recordación y análisis del quinto centenario cortesiano se hizo sólo referencia a la conquista a la ciudad de los aztecas, como si después de ello nada de significación hubiera acontecido.

Luego de discurrir en su estudio previo, dentro de la sección que llamó “Cortés, un jugador”, Arias de la Canal expresa:

“A Hernán Cortés siempre le atrajo el riesgo; tenía todo el cuadro psíquico del jugador, y en la conducta de toda su vida dejó ver claramente su desdén al peligro de perderlo todo. Se puede decir que se jugó el todo por el todo al salir de Cuba, al barrenar sus navíos, al internarse a tierras aztecas, al derribar los ídolos, en la Noche Triste, en la batalla de Otumba, en su marcha a Hibueras y en su expedición a Californias.

“Tuvo suerte el Conquistador al principio y ganó –dice-, pero como el jugador que va ganando no hace un alto, una vez que tomó Tenochtitlán se marchó a Hibueras como más tarde habría de aventurarse a Californias.”

Ésta nos parece manera justa de apreciar el impulso del metellinense hacia el norte novohispano enseguida de su incursión a las Hibueras (actual territorio de Honduras) para someter la sublevación de uno de sus capitanes, Cristóbal de Olid. Llevó consigo a doña Marina, por supuesto, entre un numeroso contingente, así como al emperador Cuauhtémoc y a dos tlatoanis más del imperio náhuatl a quienes ordenó ajusticiar por sospechas de instigar un alzamiento.

Más adelante, don Fredo dice que “La desastrosa marcha a las Hibueras debió haberle aconsejado al Capitán de no meterse más en honduras, pero no le sirvió de experiencia puesto que más tarde le disputó a [el virrey Antonio de] Mendoza el viaje a Cíbola [una de las ricas ciudades míticas que, junto con Quivira, se hallaba supuestamente en el norte continental], que para su buena suerte hiciera Vázquez de Coronado pues fue un fracaso rotundo, como después también lo fue el viaje del propio marqués a California.”

Quizá para don Hernando la expedición a California (ubicada original y primeramente en lo que hoy es la zona meridional del estado mexicano de Baja California Sur), en la cual pudo permanecer durante casi un año, fue menos exitosa de lo que pensó y deseó, pero puede sostenerse que, a partir de entonces, la nueva tierra y su golfo interno, integrados al imperio del rey Carlos, recibieron su nombre, para la toponimia universal, tomado de Las sergas de Esplandián, novela de caballerías de principios del siglo XVI.

Ello se confirma con el mapa que resultó de la expedición por tierra que ordenó Cortés al extremo sur de Santa Cruz, donde aparece la designación de “cabo California” al sitio que en la actualidad ocupa la ciudad de Cabo San Lucas, de acuerdo con lo que sostiene al respecto Carlos Lazcano Sahagún en su libro Sobre el nombre California (AHPLM, México, 2019).

Además, esa primera California fue punto de partida para ensanchar el territorio novohispano y luego mexicano desde la segunda mitad del siglo XVIII en que los franciscanos la abrieron a la cultura de su tiempohasta lo que fue la nueva o alta California, luego denominada sólo California cuando los Estados Unidos la incorporaron a su mapacomo consecuencia de la guerra expansionista contra México en 1846-1848.

Arias, español, llama a Cortés “el primer mejicano”.

Así podemos dar al marqués el honor bien ganado de “el primer californiano”…

El título de la presente colaboración es símil del libro que tuvo la bondad de obsequiarme el buen amigo Pepe Farah, que me siento en el deber de comentar con los lectores de esta columna al término del año en que conmemoramos, en el mundo hispánico y americano, quinientos años del arribo de don Hernán Cortés a playas que luego pasaron a formar parte de la capitanía y enseguida virreinato de Nueva España y, desde 1821, del país que ahora se conoce, en general, como México.

(Hecha la salvedad de que el nombre de México pertenece originalmente a la ciudad de Tenochtitlan, y que, a partir de la Independencia, fue impuesto por extensión a toda la antigua colonia, como expresión de un centralismo que hasta nuestros días continúa lacerando a todos los habitantes de esta república.)

Hernandia se subtitula “Triunfos de la fe y gloria de las armas españolas. Poema heroyco. Proezas de Hernán Cortés, del novohispano Francisco Ruiz de León (1755)”. La reedición de 2019 se nutre vastamente con los ensayos y textos de la Conquista, de Fredo Arias de la Canal.

Se trata de un volumen de 572 páginas, pero del poema sólo nos interesa por ahora compartir la parte que se refiere a los afanes del extremeño en las Californias, como manera de compensar un poco el hecho de que en todos los actos de recordación y análisis del quinto centenario cortesiano se hizo sólo referencia a la conquista a la ciudad de los aztecas, como si después de ello nada de significación hubiera acontecido.

Luego de discurrir en su estudio previo, dentro de la sección que llamó “Cortés, un jugador”, Arias de la Canal expresa:

“A Hernán Cortés siempre le atrajo el riesgo; tenía todo el cuadro psíquico del jugador, y en la conducta de toda su vida dejó ver claramente su desdén al peligro de perderlo todo. Se puede decir que se jugó el todo por el todo al salir de Cuba, al barrenar sus navíos, al internarse a tierras aztecas, al derribar los ídolos, en la Noche Triste, en la batalla de Otumba, en su marcha a Hibueras y en su expedición a Californias.

“Tuvo suerte el Conquistador al principio y ganó –dice-, pero como el jugador que va ganando no hace un alto, una vez que tomó Tenochtitlán se marchó a Hibueras como más tarde habría de aventurarse a Californias.”

Ésta nos parece manera justa de apreciar el impulso del metellinense hacia el norte novohispano enseguida de su incursión a las Hibueras (actual territorio de Honduras) para someter la sublevación de uno de sus capitanes, Cristóbal de Olid. Llevó consigo a doña Marina, por supuesto, entre un numeroso contingente, así como al emperador Cuauhtémoc y a dos tlatoanis más del imperio náhuatl a quienes ordenó ajusticiar por sospechas de instigar un alzamiento.

Más adelante, don Fredo dice que “La desastrosa marcha a las Hibueras debió haberle aconsejado al Capitán de no meterse más en honduras, pero no le sirvió de experiencia puesto que más tarde le disputó a [el virrey Antonio de] Mendoza el viaje a Cíbola [una de las ricas ciudades míticas que, junto con Quivira, se hallaba supuestamente en el norte continental], que para su buena suerte hiciera Vázquez de Coronado pues fue un fracaso rotundo, como después también lo fue el viaje del propio marqués a California.”

Quizá para don Hernando la expedición a California (ubicada original y primeramente en lo que hoy es la zona meridional del estado mexicano de Baja California Sur), en la cual pudo permanecer durante casi un año, fue menos exitosa de lo que pensó y deseó, pero puede sostenerse que, a partir de entonces, la nueva tierra y su golfo interno, integrados al imperio del rey Carlos, recibieron su nombre, para la toponimia universal, tomado de Las sergas de Esplandián, novela de caballerías de principios del siglo XVI.

Ello se confirma con el mapa que resultó de la expedición por tierra que ordenó Cortés al extremo sur de Santa Cruz, donde aparece la designación de “cabo California” al sitio que en la actualidad ocupa la ciudad de Cabo San Lucas, de acuerdo con lo que sostiene al respecto Carlos Lazcano Sahagún en su libro Sobre el nombre California (AHPLM, México, 2019).

Además, esa primera California fue punto de partida para ensanchar el territorio novohispano y luego mexicano desde la segunda mitad del siglo XVIII en que los franciscanos la abrieron a la cultura de su tiempohasta lo que fue la nueva o alta California, luego denominada sólo California cuando los Estados Unidos la incorporaron a su mapacomo consecuencia de la guerra expansionista contra México en 1846-1848.

Arias, español, llama a Cortés “el primer mejicano”.

Así podemos dar al marqués el honor bien ganado de “el primer californiano”…