/ domingo 7 de junio de 2020

¡Ginecocracia ya...!

Hubiera bastado leer los editoriales que de un tiempo acá publica la revista Siempre! de su directora Beatriz Pagés Rebollar para actualizar y enviar a prensa la presente entrega, pero constatar el evidente talento de diez ejecutivas cuyo enfrentamiento al trance pandemiológico las ubica en el top ten del mundo en esta materia, y las enjundiosas intervenciones de las diputadas Dulce María Sauri en el Congreso federal, y de María Josefina (Maryjose) Gamboa en la Cámara veracruzana, decidió a este cronista para retrotraer un asunto de primera importancia ya abordado en algunas otras ocasiones.

Desde hace milenios, el mundo masculino tomó y conserva aún para sí, en gran medida, la conducción de la existencia humana en general, y lo ha hecho más por la fuerza que por la inteligencia, y está demostrado que los hombres han fallado en la empresa, con poquísimas excepciones.

Tiene uno que asombrarse cuando se entera de que, hasta hace unos pocos años, las mujeres mexicanas carecían de una condición fundamental de su calidad de ciudadanas: la de votar y ser votadas en las elecciones para ocupar cargos en cualquiera de las esferas del poder público.

Pero más increíble resulta que, en la actualidad, esa misma situación sea enfrentada por la población femenina de muchos países.

Incuestionablemente, y con pocas excepciones, desde que la mujer comenzó a asumir responsabilidades de toda índole, las cosas humanas han tenido clara tendencia a caminar mejor. Ella ha ido accediendo a todos los quehaceres y empeños del intercambio social. Es cierto que esta equiparación es diferente en todas las culturas y sociedades, y que aún en nuestro entorno existen discriminaciones en tal sentido, pero la irrupción de la mujer fuera de las tareas que tradicionalmente les han sido asignadas, es un hecho palpable, creciente e imparable.

Cuando realizamos faenas de algún grado de dificultad al lado de mujeres, invariablemente terminamos reconociendo que ellas efectúan siempre esfuerzos adicionales por su condición múltiple de trabajadoras, madres, esposas y señoras de su casa, y más cuando deben aplicar afanes especiales por la incomprensión de maridos muy machos, jefes misóginos, compañeros acosadores e hijos y familiares desconsiderados.

En la actuación de los varones, los altos niveles de ineficiencia, irresponsabilidad, diversos matices de corrupción y resto de males anexos, en general, durante casi dos siglos de nuestra vida independiente, y sus secuelas negativas (en general también), deben hacernos pensar en que es llegada la hora de poner la vida política y gubernativa de este país, y del mundo restante hasta donde sea posible, en las manos de las mujeres.

Lejos de la intención de estos pensamientos hacer un panegírico no solicitado de las virtudes prosociales de las señoras, o de pretender gratuitamente quedar bien con ellas: los hechos están expuestos por dondequiera que se les mire, en la historia y en el presente.

Dejémonos, estimados congéneres, de insistir en desempeñar actividades para las que hemos demostrado ser verdaderas nulidades; la política es una de ellas. Es más: la política es vocablo de naturaleza femenina; volvamos a ésta, pues, la expresión y la tarea correspondiente.

Muchos todavía piensan, como Charles de Gaulle, que la política constituye una labor demasiado delicada como para dejarla a cargo de los políticos. Pongámosla entonces, me atrevo decir, en custodia de las políticas.

Porque la política -que es orientación de la vida de la sociedad para el mejoramiento creciente de sus miembros en la libertad-, bajo la égida de los hombres ha retardado indebidamente el logro de su más alto fin, la felicidad de la gente, pero además su torpeza (con excepciones que sólo validan el aserto) lo ha obstaculizado para favorecer objetivos muchísimo menos importantes: la adulación, la consecución de bienes materiales, el dinero, la fama, el poder por el poder mismo...

La propuesta es simple: Entregar el desempeño de la política a las mujeres, pero más que de modo parcial como hasta hoy, sino integralmente.

Porque lo que han hecho y hacen ahora los caballeros es todo menos política, ese quehacer que debería ser tan digno, auténticamente prestigioso y noble como puede llegar a ser. Y cuando eso haya ocurrido, por fin, ellas se encargarán de acceder legítimamente al poder público (que política y administración del gobierno constituyen funciones distintas aunque adyacentes) y empezar a organizar, en serio, la felicidad de los pueblos.

La política al poder, por tanto, y, consecuentemente, las políticas a la cima de las decisiones de todos los segmentos del poder.

Claro que deberá transcurrir un plazo razonable para que, una vez en la política y luego en el mando, las damas pongan en orden el caos dejado por sus antecesores en todos los órdenes.

Habrá que tener paciencia; el problema no es tan sencillo; se deberán vencer prejuicios arcaicos en este sentido, pero con ellas a cargo todo comenzará a caminar mejor.

Seguro…

emcoronado@yahoo.com

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Hubiera bastado leer los editoriales que de un tiempo acá publica la revista Siempre! de su directora Beatriz Pagés Rebollar para actualizar y enviar a prensa la presente entrega, pero constatar el evidente talento de diez ejecutivas cuyo enfrentamiento al trance pandemiológico las ubica en el top ten del mundo en esta materia, y las enjundiosas intervenciones de las diputadas Dulce María Sauri en el Congreso federal, y de María Josefina (Maryjose) Gamboa en la Cámara veracruzana, decidió a este cronista para retrotraer un asunto de primera importancia ya abordado en algunas otras ocasiones.

Desde hace milenios, el mundo masculino tomó y conserva aún para sí, en gran medida, la conducción de la existencia humana en general, y lo ha hecho más por la fuerza que por la inteligencia, y está demostrado que los hombres han fallado en la empresa, con poquísimas excepciones.

Tiene uno que asombrarse cuando se entera de que, hasta hace unos pocos años, las mujeres mexicanas carecían de una condición fundamental de su calidad de ciudadanas: la de votar y ser votadas en las elecciones para ocupar cargos en cualquiera de las esferas del poder público.

Pero más increíble resulta que, en la actualidad, esa misma situación sea enfrentada por la población femenina de muchos países.

Incuestionablemente, y con pocas excepciones, desde que la mujer comenzó a asumir responsabilidades de toda índole, las cosas humanas han tenido clara tendencia a caminar mejor. Ella ha ido accediendo a todos los quehaceres y empeños del intercambio social. Es cierto que esta equiparación es diferente en todas las culturas y sociedades, y que aún en nuestro entorno existen discriminaciones en tal sentido, pero la irrupción de la mujer fuera de las tareas que tradicionalmente les han sido asignadas, es un hecho palpable, creciente e imparable.

Cuando realizamos faenas de algún grado de dificultad al lado de mujeres, invariablemente terminamos reconociendo que ellas efectúan siempre esfuerzos adicionales por su condición múltiple de trabajadoras, madres, esposas y señoras de su casa, y más cuando deben aplicar afanes especiales por la incomprensión de maridos muy machos, jefes misóginos, compañeros acosadores e hijos y familiares desconsiderados.

En la actuación de los varones, los altos niveles de ineficiencia, irresponsabilidad, diversos matices de corrupción y resto de males anexos, en general, durante casi dos siglos de nuestra vida independiente, y sus secuelas negativas (en general también), deben hacernos pensar en que es llegada la hora de poner la vida política y gubernativa de este país, y del mundo restante hasta donde sea posible, en las manos de las mujeres.

Lejos de la intención de estos pensamientos hacer un panegírico no solicitado de las virtudes prosociales de las señoras, o de pretender gratuitamente quedar bien con ellas: los hechos están expuestos por dondequiera que se les mire, en la historia y en el presente.

Dejémonos, estimados congéneres, de insistir en desempeñar actividades para las que hemos demostrado ser verdaderas nulidades; la política es una de ellas. Es más: la política es vocablo de naturaleza femenina; volvamos a ésta, pues, la expresión y la tarea correspondiente.

Muchos todavía piensan, como Charles de Gaulle, que la política constituye una labor demasiado delicada como para dejarla a cargo de los políticos. Pongámosla entonces, me atrevo decir, en custodia de las políticas.

Porque la política -que es orientación de la vida de la sociedad para el mejoramiento creciente de sus miembros en la libertad-, bajo la égida de los hombres ha retardado indebidamente el logro de su más alto fin, la felicidad de la gente, pero además su torpeza (con excepciones que sólo validan el aserto) lo ha obstaculizado para favorecer objetivos muchísimo menos importantes: la adulación, la consecución de bienes materiales, el dinero, la fama, el poder por el poder mismo...

La propuesta es simple: Entregar el desempeño de la política a las mujeres, pero más que de modo parcial como hasta hoy, sino integralmente.

Porque lo que han hecho y hacen ahora los caballeros es todo menos política, ese quehacer que debería ser tan digno, auténticamente prestigioso y noble como puede llegar a ser. Y cuando eso haya ocurrido, por fin, ellas se encargarán de acceder legítimamente al poder público (que política y administración del gobierno constituyen funciones distintas aunque adyacentes) y empezar a organizar, en serio, la felicidad de los pueblos.

La política al poder, por tanto, y, consecuentemente, las políticas a la cima de las decisiones de todos los segmentos del poder.

Claro que deberá transcurrir un plazo razonable para que, una vez en la política y luego en el mando, las damas pongan en orden el caos dejado por sus antecesores en todos los órdenes.

Habrá que tener paciencia; el problema no es tan sencillo; se deberán vencer prejuicios arcaicos en este sentido, pero con ellas a cargo todo comenzará a caminar mejor.

Seguro…

emcoronado@yahoo.com

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