/ lunes 18 de julio de 2022

Generaciones

Las grandes transformaciones nacionales se han originado no por el poder, sino pese a él.

Las desolaciones nacionales, dilatadas y dolorosas, fueron superadas por el surgimiento repentino de nuevas generaciones, de mexicanas y mexicanos de a pie, con sensibilidades profundas de la realidad nacional.

Fueron las crisis las que hicieron coagular nuevos talentos que lo transformaron todo: a menudo con violencia. Siempre con pasión. Con radicalismo. Con urgencia.

La independencia se proyecta por los criollos desplazados por los peninsulares. La inequidad se suma a una serie de sucesos en Europa —la reforma Borbónica, la invasión Napoleónica, las abdicaciones de Bayona—que abren la ventana del recambio de poder.

Algunos de los líderes insurgentes de la primera época eran instruidos y pertenecientes a una suerte de clase media. Pero los líderes indiscutibles emergen del bajo clero que conoce otro México: el de la necesidad y el rezago. Junto con el deceso de Hidalgo muere también la idea de independencia a medias. Morelos no desanuda los lazos con España: los cercena. Él elabora el documento fundacional de México: Los Sentimientos de la Nación.

La generación liberal es ilustre: estudiada, madura, con una clara visión de futuro. Ha padecido la represión. La cárcel. El exilio. Llevan en el alma el dolor y la ignominia de haber perdido medio país. Por eso son los fundadores del Estado mexicano, al que dotan de poder, legalidad y legitimidad.

Las bases del Estado actual —república, federalismo, laicismo— se forman ahí, bajo la inspiración de una generación, para decirlo en palabras de Luis González, que parecía de gigantes: Juárez, los Lerdo, Melchor Ocampo, Guillermo Prieto, Santos Degollado, Lafragua. También Ignacio Ramírez, Francisco Zarco y Justo Sierra. Tras el triunfo de la República, surge la primera democracia mexicana: breve, febril, ejemplar y malograda.

Cuando el proyecto se agota, el país estalla tras el asesinato de Madero. La revolución será una erupción: una que arrasará con todo. Con la excepción de Carranza, los líderes que encabezarán la más dura guerra civil, no sólo son líderes con poca instrucción: son muy jóvenes. Obregón, huérfano y agricultor, tiene 30 años cuando Madero lanza el Plan de San Luis. Calles, también huérfano y profesor, tenía 33. Zapata, huérfano y arriero, 31. Villa, hijo ilegítimo, justiciero y bandido, 32.

Los revolucionarios no habían estudiado la justicia: la intuían.

Todos ellos, salvo Calles, mueren ejecutados. Pero esa sangre regaría el surgimiento de una generación notabilísima de mexicanos. El propio Calles, Cárdenas, Vasconcelos, Vicente Lombardo Toledano, Gómez Morín; Alfonso Caso, Daniel Cossío Villegas, Narciso Bassols. También Rivera, Orozco y Siqueiros.

En la segunda mitad del siglo XX vendría una generación cívica que pugnaría por abrir el sistema político y dar a la estabilidad económica libertad y democracia. Inscriben en sus filas a los mártires del 68 y el jueves de Corpus, pero también a miles de rostros anónimos que salen a las calles: cuando la Capital se quiebra en 1985, a defender el voto efectivo en Chihuahua, a sacar al régimen —sin lograrlo—en 1988. Son quienes fuerzan la creación de un sistema electoral independiente, quienes dan a la oposición el Congreso y quienes logran la hazaña de que el partido de la revolución se vaya por votos y sin balas.

Hoy, México sufre una agonía.

El territorio se puebla de víctimas: del crimen, de la enfermedad, de la bancarrota y del clasismo. Gobiernan los peores. La banalidad inunda la política. La economía está en retroceso y, con ella, el sueño de recuperar la movilidad social.

El tiempo mexicano ya no se mide por años: se mide por lamentos.

No se ha visto aún, pero en el subsuelo nacional fertiliza una nueva generación que sustituirá los despojos del viejo sistema. Están en todas partes: en las regiones, en los estados. En los municipios más apartados. Mexicanas y mexicanos que están dispuestos a tomar su destino en sus manos.

Si se observa, se encontrarán abogados defendiendo el estado de derecho. Víctimas clamando justicia. Médicos denunciando la omisión criminal ante la pandemia. Periodistas ejerciendo su libertad. Activistas defendiendo el patrimonio ambiental.

Surgirá una nueva generación de líderes.

Están ahí, aún inconexos. Falta que se interrelacionen. Pero pasará.

Cuando eso ocurra, surgirá un movimiento telúrico político, ojalá que cívico, que demolerá lo que conocemos.

No sé cuándo ocurra. Pero no tengo duda: surgirá.

@fvazquezrig

Las grandes transformaciones nacionales se han originado no por el poder, sino pese a él.

Las desolaciones nacionales, dilatadas y dolorosas, fueron superadas por el surgimiento repentino de nuevas generaciones, de mexicanas y mexicanos de a pie, con sensibilidades profundas de la realidad nacional.

Fueron las crisis las que hicieron coagular nuevos talentos que lo transformaron todo: a menudo con violencia. Siempre con pasión. Con radicalismo. Con urgencia.

La independencia se proyecta por los criollos desplazados por los peninsulares. La inequidad se suma a una serie de sucesos en Europa —la reforma Borbónica, la invasión Napoleónica, las abdicaciones de Bayona—que abren la ventana del recambio de poder.

Algunos de los líderes insurgentes de la primera época eran instruidos y pertenecientes a una suerte de clase media. Pero los líderes indiscutibles emergen del bajo clero que conoce otro México: el de la necesidad y el rezago. Junto con el deceso de Hidalgo muere también la idea de independencia a medias. Morelos no desanuda los lazos con España: los cercena. Él elabora el documento fundacional de México: Los Sentimientos de la Nación.

La generación liberal es ilustre: estudiada, madura, con una clara visión de futuro. Ha padecido la represión. La cárcel. El exilio. Llevan en el alma el dolor y la ignominia de haber perdido medio país. Por eso son los fundadores del Estado mexicano, al que dotan de poder, legalidad y legitimidad.

Las bases del Estado actual —república, federalismo, laicismo— se forman ahí, bajo la inspiración de una generación, para decirlo en palabras de Luis González, que parecía de gigantes: Juárez, los Lerdo, Melchor Ocampo, Guillermo Prieto, Santos Degollado, Lafragua. También Ignacio Ramírez, Francisco Zarco y Justo Sierra. Tras el triunfo de la República, surge la primera democracia mexicana: breve, febril, ejemplar y malograda.

Cuando el proyecto se agota, el país estalla tras el asesinato de Madero. La revolución será una erupción: una que arrasará con todo. Con la excepción de Carranza, los líderes que encabezarán la más dura guerra civil, no sólo son líderes con poca instrucción: son muy jóvenes. Obregón, huérfano y agricultor, tiene 30 años cuando Madero lanza el Plan de San Luis. Calles, también huérfano y profesor, tenía 33. Zapata, huérfano y arriero, 31. Villa, hijo ilegítimo, justiciero y bandido, 32.

Los revolucionarios no habían estudiado la justicia: la intuían.

Todos ellos, salvo Calles, mueren ejecutados. Pero esa sangre regaría el surgimiento de una generación notabilísima de mexicanos. El propio Calles, Cárdenas, Vasconcelos, Vicente Lombardo Toledano, Gómez Morín; Alfonso Caso, Daniel Cossío Villegas, Narciso Bassols. También Rivera, Orozco y Siqueiros.

En la segunda mitad del siglo XX vendría una generación cívica que pugnaría por abrir el sistema político y dar a la estabilidad económica libertad y democracia. Inscriben en sus filas a los mártires del 68 y el jueves de Corpus, pero también a miles de rostros anónimos que salen a las calles: cuando la Capital se quiebra en 1985, a defender el voto efectivo en Chihuahua, a sacar al régimen —sin lograrlo—en 1988. Son quienes fuerzan la creación de un sistema electoral independiente, quienes dan a la oposición el Congreso y quienes logran la hazaña de que el partido de la revolución se vaya por votos y sin balas.

Hoy, México sufre una agonía.

El territorio se puebla de víctimas: del crimen, de la enfermedad, de la bancarrota y del clasismo. Gobiernan los peores. La banalidad inunda la política. La economía está en retroceso y, con ella, el sueño de recuperar la movilidad social.

El tiempo mexicano ya no se mide por años: se mide por lamentos.

No se ha visto aún, pero en el subsuelo nacional fertiliza una nueva generación que sustituirá los despojos del viejo sistema. Están en todas partes: en las regiones, en los estados. En los municipios más apartados. Mexicanas y mexicanos que están dispuestos a tomar su destino en sus manos.

Si se observa, se encontrarán abogados defendiendo el estado de derecho. Víctimas clamando justicia. Médicos denunciando la omisión criminal ante la pandemia. Periodistas ejerciendo su libertad. Activistas defendiendo el patrimonio ambiental.

Surgirá una nueva generación de líderes.

Están ahí, aún inconexos. Falta que se interrelacionen. Pero pasará.

Cuando eso ocurra, surgirá un movimiento telúrico político, ojalá que cívico, que demolerá lo que conocemos.

No sé cuándo ocurra. Pero no tengo duda: surgirá.

@fvazquezrig

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