/ domingo 29 de agosto de 2021

El peatón

Desde 1897, cada 17 de agosto es celebrado mundialmente el día del Peatón para conmemorar la fecha en que fue atropellada la primera persona, una joven llamada Bridget Driscoll, quien murió a consecuencia del accidente; ello ocurrió en Inglaterra, y la recordación fue promovida por la Organización Mundial de la Salud (OMS) con el objetivo de difundir la cultura vial en beneficio y para conocimiento del peatón, promover los espacios adecuados para esta forma de trasladarse en las ciudades pero también difundir los deberes que conlleva la movilidad a pie.

Algunos lugares tienen fechas diferentes para ello: en Argentina, por ejemplo, es el 19 de marzo; en Bolivia, el 3 de abril; en Andalucía el 26 de mayo, y así en otros muchos lugares para recordar a todos que, antes que conductores de vehículos automotrices, los seres humanos somos peatones, andantes, caminantes, transeúntes por nuestras propias extremidades.

Algunas recomendaciones mínimas al respecto pueden ser: cruzar invariablemente por la zona de peatones (o paso de cebra), respetar el semáforo (que criticablemente en algunas ciudades son colocados sólo del lado de los conductores), mirar siempre a ambos lados antes de cruzar la calle, preferir el puente peatonal, usar de noche vestimenta de colores claramente visibles, y evitar el uso de teléfono móvil y auriculares mientras se camina.

Son bien conocidas las elevadas ventajas de la caminata para la salud corporal, que superan a las de cualquier otro ejercicio; por eso pudiera incentivarse por las autoridades mediante aplicación de medidas como igualar los niveles de las banquetas, sancionar la colocación de objetos obstructivos de la circulación peatonal y otras que facilitarían justamente la movilidad personal.

También es buena oportunidad para reconocer que la especie del peatón existe en este planeta desde hace ya varios cientos de miles de años, y que la del automóvil llegó a nuestro mundo hace apenas unos cuantos. Es más: tenemos fundadas esperanzas de que la especie humana permanecerá después de que la del carro se haya extinguido. Tenemos, pues, derechos de antigüedad y de probable sobrevivencia, a pesar de todo.

Añádanse a esto los hechos irrebatibles de que la contaminación que emite el peatón es insignificante comparativamente con la que producen los vehículos que consumen combustibles fósiles, y de que cada caminante favorece la fluidez del tránsito vehicular. A pesar de ello le son obstruidas injustamente las estrechas áreas por donde camina, como si fueran insuficientes los puestos ambulantes y restaurantes que colocan arbitrariamente sus muebles en la banqueta, los zaguanes abiertos y los montones de arena y grava que cierran el paso por todas partes, como si la acera fuese tierra de nadie que cualquiera pudiese invadir.

A mediados del siglo XX, en La Paz había letreros en muchas partes de la vía pública en que la autoridad local (era delegado de gobierno un personaje que oí mencionar sólo como el “Güero” Soto) advertía que “La preferencia es del peatón”, y desde entonces le viene a los calisureños -quizá por afortunado atavismo- un peculiar respeto por los transeúntes que sorprende gratamente a los visitantes de las poblaciones sudcalifornianas.

Fecha propicia es ésta, en los finales agosteños, para reiterar que el peatón está lejos de constituir un ser inferior o inútil al cual se puede ocupar impunemente los espacios.

De ningún modo la acera es construida para colocar la máquina de cada quien, por potente que sea o bonita que parezca. El coche es un artefacto útil pero también un cuerpo extraño en la naturaleza; sus bondades innegables se reducen cuando se le convierte en un estorbo. El lugar de la unidad automotriz está en la cochera, sobre el arroyo de la calle o en otros sitios legalmente autorizados para ello, excepto en las aceras.

Resulta fuera de toda razón que se viole de modo tan abusivo la prerrogativa del transeúnte de caminar con absoluta libertad, sin la molestia de tener que rodear los obstáculos colocados indebidamente sobre su camino.

Es hora ya, por tanto, de que se restituya al peatón su derecho a transitar libremente por las aceras, carente del fastidio de topar en su camino con impedimentos instalados aparatosamente en ellas.

Desde 1897, cada 17 de agosto es celebrado mundialmente el día del Peatón para conmemorar la fecha en que fue atropellada la primera persona, una joven llamada Bridget Driscoll, quien murió a consecuencia del accidente; ello ocurrió en Inglaterra, y la recordación fue promovida por la Organización Mundial de la Salud (OMS) con el objetivo de difundir la cultura vial en beneficio y para conocimiento del peatón, promover los espacios adecuados para esta forma de trasladarse en las ciudades pero también difundir los deberes que conlleva la movilidad a pie.

Algunos lugares tienen fechas diferentes para ello: en Argentina, por ejemplo, es el 19 de marzo; en Bolivia, el 3 de abril; en Andalucía el 26 de mayo, y así en otros muchos lugares para recordar a todos que, antes que conductores de vehículos automotrices, los seres humanos somos peatones, andantes, caminantes, transeúntes por nuestras propias extremidades.

Algunas recomendaciones mínimas al respecto pueden ser: cruzar invariablemente por la zona de peatones (o paso de cebra), respetar el semáforo (que criticablemente en algunas ciudades son colocados sólo del lado de los conductores), mirar siempre a ambos lados antes de cruzar la calle, preferir el puente peatonal, usar de noche vestimenta de colores claramente visibles, y evitar el uso de teléfono móvil y auriculares mientras se camina.

Son bien conocidas las elevadas ventajas de la caminata para la salud corporal, que superan a las de cualquier otro ejercicio; por eso pudiera incentivarse por las autoridades mediante aplicación de medidas como igualar los niveles de las banquetas, sancionar la colocación de objetos obstructivos de la circulación peatonal y otras que facilitarían justamente la movilidad personal.

También es buena oportunidad para reconocer que la especie del peatón existe en este planeta desde hace ya varios cientos de miles de años, y que la del automóvil llegó a nuestro mundo hace apenas unos cuantos. Es más: tenemos fundadas esperanzas de que la especie humana permanecerá después de que la del carro se haya extinguido. Tenemos, pues, derechos de antigüedad y de probable sobrevivencia, a pesar de todo.

Añádanse a esto los hechos irrebatibles de que la contaminación que emite el peatón es insignificante comparativamente con la que producen los vehículos que consumen combustibles fósiles, y de que cada caminante favorece la fluidez del tránsito vehicular. A pesar de ello le son obstruidas injustamente las estrechas áreas por donde camina, como si fueran insuficientes los puestos ambulantes y restaurantes que colocan arbitrariamente sus muebles en la banqueta, los zaguanes abiertos y los montones de arena y grava que cierran el paso por todas partes, como si la acera fuese tierra de nadie que cualquiera pudiese invadir.

A mediados del siglo XX, en La Paz había letreros en muchas partes de la vía pública en que la autoridad local (era delegado de gobierno un personaje que oí mencionar sólo como el “Güero” Soto) advertía que “La preferencia es del peatón”, y desde entonces le viene a los calisureños -quizá por afortunado atavismo- un peculiar respeto por los transeúntes que sorprende gratamente a los visitantes de las poblaciones sudcalifornianas.

Fecha propicia es ésta, en los finales agosteños, para reiterar que el peatón está lejos de constituir un ser inferior o inútil al cual se puede ocupar impunemente los espacios.

De ningún modo la acera es construida para colocar la máquina de cada quien, por potente que sea o bonita que parezca. El coche es un artefacto útil pero también un cuerpo extraño en la naturaleza; sus bondades innegables se reducen cuando se le convierte en un estorbo. El lugar de la unidad automotriz está en la cochera, sobre el arroyo de la calle o en otros sitios legalmente autorizados para ello, excepto en las aceras.

Resulta fuera de toda razón que se viole de modo tan abusivo la prerrogativa del transeúnte de caminar con absoluta libertad, sin la molestia de tener que rodear los obstáculos colocados indebidamente sobre su camino.

Es hora ya, por tanto, de que se restituya al peatón su derecho a transitar libremente por las aceras, carente del fastidio de topar en su camino con impedimentos instalados aparatosamente en ellas.