/ domingo 24 de enero de 2021

El historiador de las Californias

Hace 51 años que un 9 de enero murió el josefino (ahora decimos cabeño) Pablo Leocadio Martínez Márquez, quien por su obra mereció que sus restos mortales fueran trasladados del solar nativo para ser reinhumados en la Rotonda de los Sudcalifornianos Ilustres, de la capital de Baja California Sur.

El joven Pablo, al término de su educación primaria en San José del Cabo, donde nació en 1898, ingresó a la Academia para Maestros que funcionaba en ese mismo lugar. Como resultado de su capacitación ejerció el magisterio en su propia entidad. Llevado por sus inquietudes, más tarde dirigió en La Paz el periódico Sudcalifornia, y una vez que por diversas circunstancias fue a vivir a la ciudad de México, fundó allá la revista Baja California.

Durante la estadía en la capital de la República, donde residió el resto de su vida, las preocupaciones de Martínez Márquez por el pasado de su tierra lo llevaron a hurgar en los archivos y bibliotecas, y de ello nacieron sus Efemérides californianas, publicadas en 1950. En esta obra, que hace poco tiempo reeditó el Archivo Histórico de Baja California Sur que lleva su nombre, el autor explica que dicha recopilación constituyó el conjunto de las notas que produjeron tan afanosas búsquedas.

Luego nació la Historia de Baja California, en 1956, que abarca a las dos entidades peninsulares, la California mexicana, desde sus orígenes hasta mediados del siglo XX. Luego, llevado por su empeño magisterial, produjo en 1958 las Lecciones de historia de Baja California, en que los niños y jóvenes de la península, mediante el conocimiento del pasado de nuestra tierra, pudimos nutrir una incipiente identidad.

En 1960, el prolífico historiador dio a luz su Guía familiar de Baja California, 1700-1900, también reeditada recientemente por el archivo histórico del estado, donde cada uno puede indagar los orígenes más remotos de sus apellidos y familias asentados en esta California.

En 1969, el candidato a la presidencia de la República, Luis Echeverría, invitó a don Pablo a su gira por BCS, y lo acompañó en algunas etapas, puesto que la salud del historiador era ya muy precaria, tanto que murió al año siguiente. Sus restos mortales recibieron homenaje en la capital sudcaliforniana, luego fueron conducidos a San José del Cabo y de ahí se les reubicó en el recinto cívico de los sudcalifornianos el 15 de mayo de 1990, día del Maestro, para sentar cátedra nuevamente junto a la lección de dignidad patriótica de Manuel Márquez de León, al empeño transformador de Rosaura Zapata, a la prédica legitimada con el ejemplo personal de Domingo Carballo Félix, cerca de la enseñanza desde el libro y la función pública educacional de Jesús Castro Agúndez, de la perseverancia en la lucha de Ildefonso Green Ceseña, y al magisterio revolucionario de Agustín Olachea Avilés.

Pablo L. Martínez realizó, sin patrocinio oficial, sin canonjías académicas, carente de prebenda y chamba gubernamental, una obra primigenia para el saber histórico de esta parte de México, punto imprescindible de partida para cualquier indagación en esta materia, que continúa siendo texto de consulta incluso para sus detractores, quienes critican desde onerosas torres de marfil, el empirismo, falta de títulos y rigor metodológico del benemérito investigador (como lo llamaba Miguel León-Portilla), como si fuesen impedimentos para valorar una producción intelectual de excepción, señera y vigente.

Ahí está su obra, que perdura y se revisa y se aquilata y se aprecia y reedita. Con ella nos dice que el magisterio se ejerce de muy diversos modos; que el maestro que todos llevamos dentro puede cumplir sus propósitos de muy diferentes maneras, todas válidas y con propósito de trascendencia.

La Historia… de don Pablo tendrá que ser, cuando podamos retomar los cauces de la identidad calisureña, un libro presente en las aulas de los profesores, niños y jóvenes de esta California para fortalecer su pertenencia mediante la conocencia (conocimiento y conciencia) y el orgullo de un pasado aleccionador tanto como de un presente que, en base a aquel transcurrir, nos ofrece amplias y alentadoras perspectivas si sabemos, queremos y podemos aprovechar nuestras potencialidades en provecho de nosotros mismos y de las generaciones que están en formación aquí.

Todo eso significa la figura de don Pablo L. Martínez, persistentemente vivo en el sentido histórico de los californios.

Hace 51 años que un 9 de enero murió el josefino (ahora decimos cabeño) Pablo Leocadio Martínez Márquez, quien por su obra mereció que sus restos mortales fueran trasladados del solar nativo para ser reinhumados en la Rotonda de los Sudcalifornianos Ilustres, de la capital de Baja California Sur.

El joven Pablo, al término de su educación primaria en San José del Cabo, donde nació en 1898, ingresó a la Academia para Maestros que funcionaba en ese mismo lugar. Como resultado de su capacitación ejerció el magisterio en su propia entidad. Llevado por sus inquietudes, más tarde dirigió en La Paz el periódico Sudcalifornia, y una vez que por diversas circunstancias fue a vivir a la ciudad de México, fundó allá la revista Baja California.

Durante la estadía en la capital de la República, donde residió el resto de su vida, las preocupaciones de Martínez Márquez por el pasado de su tierra lo llevaron a hurgar en los archivos y bibliotecas, y de ello nacieron sus Efemérides californianas, publicadas en 1950. En esta obra, que hace poco tiempo reeditó el Archivo Histórico de Baja California Sur que lleva su nombre, el autor explica que dicha recopilación constituyó el conjunto de las notas que produjeron tan afanosas búsquedas.

Luego nació la Historia de Baja California, en 1956, que abarca a las dos entidades peninsulares, la California mexicana, desde sus orígenes hasta mediados del siglo XX. Luego, llevado por su empeño magisterial, produjo en 1958 las Lecciones de historia de Baja California, en que los niños y jóvenes de la península, mediante el conocimiento del pasado de nuestra tierra, pudimos nutrir una incipiente identidad.

En 1960, el prolífico historiador dio a luz su Guía familiar de Baja California, 1700-1900, también reeditada recientemente por el archivo histórico del estado, donde cada uno puede indagar los orígenes más remotos de sus apellidos y familias asentados en esta California.

En 1969, el candidato a la presidencia de la República, Luis Echeverría, invitó a don Pablo a su gira por BCS, y lo acompañó en algunas etapas, puesto que la salud del historiador era ya muy precaria, tanto que murió al año siguiente. Sus restos mortales recibieron homenaje en la capital sudcaliforniana, luego fueron conducidos a San José del Cabo y de ahí se les reubicó en el recinto cívico de los sudcalifornianos el 15 de mayo de 1990, día del Maestro, para sentar cátedra nuevamente junto a la lección de dignidad patriótica de Manuel Márquez de León, al empeño transformador de Rosaura Zapata, a la prédica legitimada con el ejemplo personal de Domingo Carballo Félix, cerca de la enseñanza desde el libro y la función pública educacional de Jesús Castro Agúndez, de la perseverancia en la lucha de Ildefonso Green Ceseña, y al magisterio revolucionario de Agustín Olachea Avilés.

Pablo L. Martínez realizó, sin patrocinio oficial, sin canonjías académicas, carente de prebenda y chamba gubernamental, una obra primigenia para el saber histórico de esta parte de México, punto imprescindible de partida para cualquier indagación en esta materia, que continúa siendo texto de consulta incluso para sus detractores, quienes critican desde onerosas torres de marfil, el empirismo, falta de títulos y rigor metodológico del benemérito investigador (como lo llamaba Miguel León-Portilla), como si fuesen impedimentos para valorar una producción intelectual de excepción, señera y vigente.

Ahí está su obra, que perdura y se revisa y se aquilata y se aprecia y reedita. Con ella nos dice que el magisterio se ejerce de muy diversos modos; que el maestro que todos llevamos dentro puede cumplir sus propósitos de muy diferentes maneras, todas válidas y con propósito de trascendencia.

La Historia… de don Pablo tendrá que ser, cuando podamos retomar los cauces de la identidad calisureña, un libro presente en las aulas de los profesores, niños y jóvenes de esta California para fortalecer su pertenencia mediante la conocencia (conocimiento y conciencia) y el orgullo de un pasado aleccionador tanto como de un presente que, en base a aquel transcurrir, nos ofrece amplias y alentadoras perspectivas si sabemos, queremos y podemos aprovechar nuestras potencialidades en provecho de nosotros mismos y de las generaciones que están en formación aquí.

Todo eso significa la figura de don Pablo L. Martínez, persistentemente vivo en el sentido histórico de los californios.