/ jueves 8 de noviembre de 2018

El Archivo Histórico Pablo L. Martínez

A modo de crónica

En nuestra ciudad de La Paz existe una institución cultural que resguarda parte de la memoria del pasado bajacaliforniano. Se trata del Archivo Histórico que lleva el nombre del maestro e historiador Pablo L. Martínez. Lo menciono porque ayer por la mañana, se presentó la plataforma digital del acervo que resguarda, consistente en fondos documentales, fotografías, mapas y libros.

Con esta innovación tecnológica, además de facilitar la consulta utilizando los recursos electrónicos, esta institución se ha convertido en una de las mejores de nuestro país, dado que cualquier persona puede acceder a esta información sin necesidad de acudir a ese recinto cultural.

Y esto nos lleva a recordar -ya lo he hecho en otras ocasiones- los orígenes de ese archivo que contiene documentos de los siglos XVIII, XIX y XX. Para ello retomo el recuerdo del historiador Miguel León Portilla quien en los años sesenta recorrió parte de la península de la Baja California. Dice él, que en La Paz preguntó por el archivo histórico y ante la ignorancia, alguien recordó que en la azotea de la cárcel, en un cuarto, había muchos papeles viejos. Al estarlos revisando, encontró el acta de adhesión de la California a la República Federal, de 1824, México.

Encontró otros valiosos documentos del siglo XIX, algunos con rastro de sangre. Al preguntar sobre ello le explicaron que ahí castigaban a los presos a base de golpes haciéndolos sangrar, y se limpiaban con esos “papeles”. Por la importancia de ese acervo ignorado hasta ese entonces, el doctor León Portilla le ofreció la colaboración del Instituto de Investigaciones Históricas de la UNAM al gobernador Hugo Cervantes del Río a fin de organizar ese archivo.

Dos maestras enviadas para el efecto capacitaron al personal que se encargó del rescate y clasificación de los documentos. Así nació el Archivo Histórico de La Paz que funcionó en diversos lugares, entre ellos la Unidad Cultural Profesor Jesús Castro Agúndez, en la planta alta. Y ya a partir del cinco de noviembre del 2013 ocupa un edificio propio en la misma Unidad.

Pero los documentos que encontró el doctor León Portilla tienen una historia vieja por los continuos peligros a que se vieron expuestos en el siglo antepasado. En 1822, cuando Loreto fue invadido por corsarios chilenos tripulando el barco El Araucano, muchos documentos de la época de los misioneros jesuitas, franciscanos y dominicos fueron sustraídos por ellos. Después, durante la guerra con los Estados Unidos en 1847 y 1848, los invasores se apropiaron de importantes documentos que fueron a parar en las bibliotecas de ese país. Posteriormente, en 1853, el aventurero William Walker al apoderarse de La Paz, permitió que sus soldados hicieran cartuchos con ellos. Y el colmo, cuando se retiró de nuestra ciudad con rumbo a Ensenada cargó con todos los documentos, junto con el gobernador Rafael Espinoza.

Afortunadamente, Espinoza logró convencer al capitán del barco para que los regresara a La Paz. Así, entre sobresaltos e indiferencia de los gobiernos en turno, el archivo documental perduró hasta el año de 1928 cuando el general Amado Aguirre, gobernador en funciones, hizo lo posible por organizar los documentos existentes, incluso mandó editar un libro en el que se incluyeron algunos de los más importantes.

Prueba del valioso acervo documental del AHPLM son los libros publicados por investigadores de la UABCS, de la Asociación de Escritores y particulares, como los que publicaron recientemente Rosa María Mendoza, Edith González Cruz, Eligio Moisés Coronado y Gilberto Ibarra Rivera.

Cabe el privilegio de la maestra Elizabeth Acosta Mendía, directora del AHPLM, dirigir una institución que resguarda una parte trascendente del pasado de Baja California y, en especial, de Baja California Sur. Acervo que con la plataforma digital podrá ser consultada en todo el mundo.

Por otro lado, vale la información que el 11 de enero de 1972 se le impuso el nombre del historiador Pablo L. Martínez, como un homenaje permanente a su calidad de ilustre sudcaliforniano y cuyos restos descansan en la Rotonda de esta ciudad de La Paz.


A modo de crónica

En nuestra ciudad de La Paz existe una institución cultural que resguarda parte de la memoria del pasado bajacaliforniano. Se trata del Archivo Histórico que lleva el nombre del maestro e historiador Pablo L. Martínez. Lo menciono porque ayer por la mañana, se presentó la plataforma digital del acervo que resguarda, consistente en fondos documentales, fotografías, mapas y libros.

Con esta innovación tecnológica, además de facilitar la consulta utilizando los recursos electrónicos, esta institución se ha convertido en una de las mejores de nuestro país, dado que cualquier persona puede acceder a esta información sin necesidad de acudir a ese recinto cultural.

Y esto nos lleva a recordar -ya lo he hecho en otras ocasiones- los orígenes de ese archivo que contiene documentos de los siglos XVIII, XIX y XX. Para ello retomo el recuerdo del historiador Miguel León Portilla quien en los años sesenta recorrió parte de la península de la Baja California. Dice él, que en La Paz preguntó por el archivo histórico y ante la ignorancia, alguien recordó que en la azotea de la cárcel, en un cuarto, había muchos papeles viejos. Al estarlos revisando, encontró el acta de adhesión de la California a la República Federal, de 1824, México.

Encontró otros valiosos documentos del siglo XIX, algunos con rastro de sangre. Al preguntar sobre ello le explicaron que ahí castigaban a los presos a base de golpes haciéndolos sangrar, y se limpiaban con esos “papeles”. Por la importancia de ese acervo ignorado hasta ese entonces, el doctor León Portilla le ofreció la colaboración del Instituto de Investigaciones Históricas de la UNAM al gobernador Hugo Cervantes del Río a fin de organizar ese archivo.

Dos maestras enviadas para el efecto capacitaron al personal que se encargó del rescate y clasificación de los documentos. Así nació el Archivo Histórico de La Paz que funcionó en diversos lugares, entre ellos la Unidad Cultural Profesor Jesús Castro Agúndez, en la planta alta. Y ya a partir del cinco de noviembre del 2013 ocupa un edificio propio en la misma Unidad.

Pero los documentos que encontró el doctor León Portilla tienen una historia vieja por los continuos peligros a que se vieron expuestos en el siglo antepasado. En 1822, cuando Loreto fue invadido por corsarios chilenos tripulando el barco El Araucano, muchos documentos de la época de los misioneros jesuitas, franciscanos y dominicos fueron sustraídos por ellos. Después, durante la guerra con los Estados Unidos en 1847 y 1848, los invasores se apropiaron de importantes documentos que fueron a parar en las bibliotecas de ese país. Posteriormente, en 1853, el aventurero William Walker al apoderarse de La Paz, permitió que sus soldados hicieran cartuchos con ellos. Y el colmo, cuando se retiró de nuestra ciudad con rumbo a Ensenada cargó con todos los documentos, junto con el gobernador Rafael Espinoza.

Afortunadamente, Espinoza logró convencer al capitán del barco para que los regresara a La Paz. Así, entre sobresaltos e indiferencia de los gobiernos en turno, el archivo documental perduró hasta el año de 1928 cuando el general Amado Aguirre, gobernador en funciones, hizo lo posible por organizar los documentos existentes, incluso mandó editar un libro en el que se incluyeron algunos de los más importantes.

Prueba del valioso acervo documental del AHPLM son los libros publicados por investigadores de la UABCS, de la Asociación de Escritores y particulares, como los que publicaron recientemente Rosa María Mendoza, Edith González Cruz, Eligio Moisés Coronado y Gilberto Ibarra Rivera.

Cabe el privilegio de la maestra Elizabeth Acosta Mendía, directora del AHPLM, dirigir una institución que resguarda una parte trascendente del pasado de Baja California y, en especial, de Baja California Sur. Acervo que con la plataforma digital podrá ser consultada en todo el mundo.

Por otro lado, vale la información que el 11 de enero de 1972 se le impuso el nombre del historiador Pablo L. Martínez, como un homenaje permanente a su calidad de ilustre sudcaliforniano y cuyos restos descansan en la Rotonda de esta ciudad de La Paz.


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