/ viernes 27 de noviembre de 2020

Economía Solidaria

Llegaron parientes desde las tierras del norte. Como es usual en mi estirpe -y en muchas de nuestra Sudcalifornia- las encomiendas comestibles acompañan a la visita y empezaron a emerger del equipaje para colocarse en la mesa de la cocina. Asaderas, queso oreado de chiva, machaca de res, bolsas de orégano y pan de El Boleo. Los olores de mi memoria gustativa se activaron en cuanto entré a la vivienda para recolectar mis raciones. Umami olfativo.


De producción local/regional, estas maravillas de nuestra gastronomía están a disposición de la población en los establecimientos o directamente con las y los productores en nuestras localidades que utilizan materia prima de la zona que, con su comercialización, se mantienen activas sus cadenas de valor y, a la postre, restablecen los nutrientes de nuestra composición choyera. Esto es analizado y definido por la academia como economía solidaria.


En este siglo las sociedades de consumo están hiperconectadas a procesos digitales para la adquisición de productos y servicios como una panacea emergente. Empero, en paralelo hay un acto elemental insoslayable, tenemos que alimentarnos. Y como sucede con las lecturas, somos lo que comemos.


Tenía este tema pendiente por desarrollar porque sin duda ha requerido una búsqueda documental, que expongo sin adentrarme en los entretelones de las teorías económicas y el análisis sociológico, pero me permite emitir algunas ideas. Lo primordial es concluir que la economía solidaria, tiene relación directa con lo que mucho se ha difundido este año en las redes sociales, el #Consumelocal o #ConsumeEnTuBarrio. Sí, iniciativas para nuestro entorno cercano como una solución ante la desigualdad (economiasolidaria.org).


Si bien es cierto es una manera efectiva y racional que permanece activa como una forma alterna de generar satisfactores, está inserta en un entorno de competencia desleal con trasnacionales y empresas grandes. Entra aquí el sensible rubro de las decisiones individuales de compra.


En el libro “La economía solidaria en México”, una investigación colectiva de la UNAM coordinada por Boris Marañón Pimentel, se exhiben los aspectos que identifican las vías de interacción de los sectores populares con prácticas que no se restringen a lo económico, sino que incluyen un entramado social vivo y vinculante, como una posibilidad de que la solidaridad pueda expandirse hacia la economía en su conjunto. Es una idea que brilló en mi mente mientras preparaba la aromática machaca regional para desayunar, porque indudablemente, en alto contraste, la economía solidaria enfrenta siempre la tensión entre patrones de reciprocidad y mercado (http://ru.iiec.unam.mx).


Hace unos días disfrutaba de una caminata por la zona recién remodelada del centro histórico paceño, sin duda un elemento atractivo para quienes nos visitan. Llegué con sed a un estanquillo ubicado en una de estas cuadras y me invadió un cierto dejo de tristeza porque todo lo que expenden son productos industrializados. La chica que atendía me dijo “vendíamos aguas de naranjita, jamaica y horchata embotelladas aquí en La Paz, pero desde que empezó la pandemia ya no volvieron a traer”.


Hay una potencialidad en la economía solidaria que encierra una transformación social. El consumo local que se despliega como “changarrismo”, es decir, las tienditas de nuestros barrios y colonias contribuyen en gran medida con el mantenimiento de una cadena de trabajo, es un “negocio de fortaleza” (La Jornada. 2/10/2020).


En las 600,739 tienditas de abarrotes en todo país y en las 2,289 de Sudcalifornia que conforman el comercio al por menor en las unidades económicas más pequeñas (INEGI, DENUE con datos de los Censos Económicos 2019), se hacen alianzas estratégicas entre comerciantes y quienes producen en baja escala o comercializan productos sin procesar.

Emitir un hashtag (#) que aliente el consumo local no toma sentido solo con menciones en las redes sociales, tiene que ser la respuesta de individuos que deciden bien dónde y qué comprar, y es un plus si es una decisión razonada con sentido solidario.


¡Eytale!

Como es sabido, se han cancelado este año las tradicionales fiestas de San Javier -que como dicta la máxima loretana “quien va queda convidado a regresar”- y es, además de ser una festividad ataviada de religiosidad y de disfrute de expresiones culturales, es una oportunidad importante para exhibir la diversidad de productos regionales que ven en este evento anual, un momento idóneo para venta. Sabores, artesanía, diseño, propuestas de nuestra gente que busca su sustento. Aunque este año no será así, las ideas seguirán emergiendo del desierto.

Comunicóloga, fotógrafa, diseñadora y sibarita. iliana.peralta@gmail.com. En Twitter @LA_PERALTA La Tandariola también se escucha. Disponible en podcast en Ivoox.

Llegaron parientes desde las tierras del norte. Como es usual en mi estirpe -y en muchas de nuestra Sudcalifornia- las encomiendas comestibles acompañan a la visita y empezaron a emerger del equipaje para colocarse en la mesa de la cocina. Asaderas, queso oreado de chiva, machaca de res, bolsas de orégano y pan de El Boleo. Los olores de mi memoria gustativa se activaron en cuanto entré a la vivienda para recolectar mis raciones. Umami olfativo.


De producción local/regional, estas maravillas de nuestra gastronomía están a disposición de la población en los establecimientos o directamente con las y los productores en nuestras localidades que utilizan materia prima de la zona que, con su comercialización, se mantienen activas sus cadenas de valor y, a la postre, restablecen los nutrientes de nuestra composición choyera. Esto es analizado y definido por la academia como economía solidaria.


En este siglo las sociedades de consumo están hiperconectadas a procesos digitales para la adquisición de productos y servicios como una panacea emergente. Empero, en paralelo hay un acto elemental insoslayable, tenemos que alimentarnos. Y como sucede con las lecturas, somos lo que comemos.


Tenía este tema pendiente por desarrollar porque sin duda ha requerido una búsqueda documental, que expongo sin adentrarme en los entretelones de las teorías económicas y el análisis sociológico, pero me permite emitir algunas ideas. Lo primordial es concluir que la economía solidaria, tiene relación directa con lo que mucho se ha difundido este año en las redes sociales, el #Consumelocal o #ConsumeEnTuBarrio. Sí, iniciativas para nuestro entorno cercano como una solución ante la desigualdad (economiasolidaria.org).


Si bien es cierto es una manera efectiva y racional que permanece activa como una forma alterna de generar satisfactores, está inserta en un entorno de competencia desleal con trasnacionales y empresas grandes. Entra aquí el sensible rubro de las decisiones individuales de compra.


En el libro “La economía solidaria en México”, una investigación colectiva de la UNAM coordinada por Boris Marañón Pimentel, se exhiben los aspectos que identifican las vías de interacción de los sectores populares con prácticas que no se restringen a lo económico, sino que incluyen un entramado social vivo y vinculante, como una posibilidad de que la solidaridad pueda expandirse hacia la economía en su conjunto. Es una idea que brilló en mi mente mientras preparaba la aromática machaca regional para desayunar, porque indudablemente, en alto contraste, la economía solidaria enfrenta siempre la tensión entre patrones de reciprocidad y mercado (http://ru.iiec.unam.mx).


Hace unos días disfrutaba de una caminata por la zona recién remodelada del centro histórico paceño, sin duda un elemento atractivo para quienes nos visitan. Llegué con sed a un estanquillo ubicado en una de estas cuadras y me invadió un cierto dejo de tristeza porque todo lo que expenden son productos industrializados. La chica que atendía me dijo “vendíamos aguas de naranjita, jamaica y horchata embotelladas aquí en La Paz, pero desde que empezó la pandemia ya no volvieron a traer”.


Hay una potencialidad en la economía solidaria que encierra una transformación social. El consumo local que se despliega como “changarrismo”, es decir, las tienditas de nuestros barrios y colonias contribuyen en gran medida con el mantenimiento de una cadena de trabajo, es un “negocio de fortaleza” (La Jornada. 2/10/2020).


En las 600,739 tienditas de abarrotes en todo país y en las 2,289 de Sudcalifornia que conforman el comercio al por menor en las unidades económicas más pequeñas (INEGI, DENUE con datos de los Censos Económicos 2019), se hacen alianzas estratégicas entre comerciantes y quienes producen en baja escala o comercializan productos sin procesar.

Emitir un hashtag (#) que aliente el consumo local no toma sentido solo con menciones en las redes sociales, tiene que ser la respuesta de individuos que deciden bien dónde y qué comprar, y es un plus si es una decisión razonada con sentido solidario.


¡Eytale!

Como es sabido, se han cancelado este año las tradicionales fiestas de San Javier -que como dicta la máxima loretana “quien va queda convidado a regresar”- y es, además de ser una festividad ataviada de religiosidad y de disfrute de expresiones culturales, es una oportunidad importante para exhibir la diversidad de productos regionales que ven en este evento anual, un momento idóneo para venta. Sabores, artesanía, diseño, propuestas de nuestra gente que busca su sustento. Aunque este año no será así, las ideas seguirán emergiendo del desierto.

Comunicóloga, fotógrafa, diseñadora y sibarita. iliana.peralta@gmail.com. En Twitter @LA_PERALTA La Tandariola también se escucha. Disponible en podcast en Ivoox.

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