/ martes 21 de mayo de 2019

¿DÓNDE ESTÁN…?

Los sudcalifornianos que nacieron antes del 1 de julio del último año del siglo XX, o sea en 2000, pudieron ejercer su voto en las elecciones generales anteriores.

Si se piensa que su voto y el de sus conciudadanos fueron de castigo a las administraciones estatales de la centuria presente, se refieren de manera exclusiva a los partidos que las han ejercido mayoritariamente, o sean el PRD y el PAN, en ese orden

Tiempos hubo en que el vigor priista, sustentado en su desempeño y en el consecuente sufragio de los votantes impulsó a importante cantidad de personajes a candidaturas y puestos públicos y directivos.

Desde gobernadores hasta diputados federales y locales, senadores y presidentes municipales y hasta regidores y síndicos, así como empleados públicos de toda índole, fueron felices beneficiarios de la fuerza del priismo en las épocas de bonanza.

Las cosas han cambiado, evidentemente, y en la etapa actual en que se advierte la ausencia de aquella gente que llenaba entusiasta, optimista y sonriente los pasillos del edificio partidario, confiada en el triunfo que se anunciaba próximo, los priistas de verdad, los que nunca fueron bendecidos por la nominación o la chamba pero que están ahí siempre, orgullosos de pertenecer a la institución que ofrece un proyecto históricamente sólido sustentado en principios y programas que dan carácter, estilo e identidad a sus militantes, se preguntan: ¿dónde están…?

¿Dónde se hallan los beneficiarios del PRI de las estaciones de cosecha, los que hacían profesión de fe en sus convicciones revolucionarias?, ¿qué piensan, qué dicen, qué expresan? ¿Dónde están los discursos de ferviente priismo que se escuchaban en las campañas electorales?, ¿dónde la generosidad en las visitas a las bases en las plazas comunitarias…?

Es probable que se reúnan en pequeños comités para analizar la situación en la “banca” que ha debido enfrentar su organización política durante ya dos decenios en lo que va de la centuria.

Otros acaso aguardan tranquilamente a que todo cambie solo, para volver y exigir la cuota de poder que acostumbraban recibir.

O quizás haya quienes estén sinceramente preocupados y esperan a que alguien asuma alguna forma de protagonismo que convoque a planificar estrategias y a atarearse para levantar la imagen de su partido, en preparación a los comicios de 2021.

A este respecto tal vez olviden que, desde sus orígenes, el PRI se autodefinió anticaudillista y, más que confiar en un líder, fuera hora de que asumiesen lo que ha sido su estrategia eficaz, la organización, con individuos y grupos responsables y verdaderamente operativos.

El 17 de mayo, en su columna de Excélsior (“La política de los buenos y de los malos”), José Elías Romero Apis dice, entre otras cosas importantes, que “Es muy frecuente pensar que todos los priistas son rateros, que todos los panistas son estúpidos o que todos los morenistas-perredistas son salvajes. Nada más equivocado.

La ratería --asevera--, la estulticia y el salvajismo no son potestad monopólica de partido alguno. En todos los partidos hay honorables y hay ladrones. En todos hay genios y hay pendejos. En todos hay razonables y hay bestiarios…”

La ignorancia de la historia de México en tal materia puede llegar a hacer creer que la corrupción es un ejercicio que inventaron los gobernantes priistas. Lo cierto es que la corrupción de ningún modo constituye patrimonio privado de ninguna patria, doctrina ideológica o religiosa, etnia o clase social. En todos sus nombres, formas y expresiones (cohecho, corruptela, chantaje, fraude, mordida, peculado, soborno y algunas más) es, inexorable y desafortunadamente, mal endémico de la humanidad, pues se halla en el mapa genético del Homo Sapiens, especie zoológica finalmente.

Ello ni la justifica ni consuela saber que es mal de muchos, por supuesto.

Constantemente nos enteramos de que en buena cantidad de naciones del planeta se siguen, todos los días, procesos contra personas descubiertas en manejos ilícitos sobre todo de dinero. Un ejemplo es Odebrecht, tan de moda en el ámbito latinoamericano. Más que novedad, en muchos lugares es sólo descubrimiento de una práctica cuyo origen se pierde en la noche de los tiempos y en el pasado de todos los pueblos. Pero gratifica saber que hay leyes que sancionan y estructuras jurídicas que (por lo menos en ocasiones) impiden la impunidad en dicho sentido.

El artículo de Romero concluye aseverando que “En la política real no hay hombres buenos y malos. Tan sólo hay equipados y desprovistos.”

Es cierto, hay clases políticas sin clase y sin conciencia clara de lo que es la política. Sin ir muy lejos…

Sólo agregaría la sugerencia de evitar la mezcla o implicación del concepto de corrupción con el de política, ya que son mutuamente excluyentes. La política es manera de servir, sin servirse, desde el poder público para lograr el bien general. La expresión “político corrupto” carece de realidad y congruencia: el corrupto es un delincuente, infractor, inmoral y antiético pero jamás llegará, por eso, a ser un político.

La nueva generación de ciudadanos de esta California del Sur podrá preguntarse en qué hospital vio la primera luz, en qué instituciones educativas se está formando y en las que piensa adquirir una profesión, por cuáles carreteras se traslada, etc., e invariablemente encontrará que fueron construidos por un gobierno surgido del Revolucionario Institucional.

Pero puede volverse a especular en qué lugar se encuentran y qué están haciendo por su partido en esta temporada (seguramente temporal) de vacas flacas aquellos ardorosos militantes que una vez disfrutaron su apoyo e impulso hacia el logro de posiciones y cargos en la cosa pública.

Y el voto duro continuará preguntándose en dónde están…

Los sudcalifornianos que nacieron antes del 1 de julio del último año del siglo XX, o sea en 2000, pudieron ejercer su voto en las elecciones generales anteriores.

Si se piensa que su voto y el de sus conciudadanos fueron de castigo a las administraciones estatales de la centuria presente, se refieren de manera exclusiva a los partidos que las han ejercido mayoritariamente, o sean el PRD y el PAN, en ese orden

Tiempos hubo en que el vigor priista, sustentado en su desempeño y en el consecuente sufragio de los votantes impulsó a importante cantidad de personajes a candidaturas y puestos públicos y directivos.

Desde gobernadores hasta diputados federales y locales, senadores y presidentes municipales y hasta regidores y síndicos, así como empleados públicos de toda índole, fueron felices beneficiarios de la fuerza del priismo en las épocas de bonanza.

Las cosas han cambiado, evidentemente, y en la etapa actual en que se advierte la ausencia de aquella gente que llenaba entusiasta, optimista y sonriente los pasillos del edificio partidario, confiada en el triunfo que se anunciaba próximo, los priistas de verdad, los que nunca fueron bendecidos por la nominación o la chamba pero que están ahí siempre, orgullosos de pertenecer a la institución que ofrece un proyecto históricamente sólido sustentado en principios y programas que dan carácter, estilo e identidad a sus militantes, se preguntan: ¿dónde están…?

¿Dónde se hallan los beneficiarios del PRI de las estaciones de cosecha, los que hacían profesión de fe en sus convicciones revolucionarias?, ¿qué piensan, qué dicen, qué expresan? ¿Dónde están los discursos de ferviente priismo que se escuchaban en las campañas electorales?, ¿dónde la generosidad en las visitas a las bases en las plazas comunitarias…?

Es probable que se reúnan en pequeños comités para analizar la situación en la “banca” que ha debido enfrentar su organización política durante ya dos decenios en lo que va de la centuria.

Otros acaso aguardan tranquilamente a que todo cambie solo, para volver y exigir la cuota de poder que acostumbraban recibir.

O quizás haya quienes estén sinceramente preocupados y esperan a que alguien asuma alguna forma de protagonismo que convoque a planificar estrategias y a atarearse para levantar la imagen de su partido, en preparación a los comicios de 2021.

A este respecto tal vez olviden que, desde sus orígenes, el PRI se autodefinió anticaudillista y, más que confiar en un líder, fuera hora de que asumiesen lo que ha sido su estrategia eficaz, la organización, con individuos y grupos responsables y verdaderamente operativos.

El 17 de mayo, en su columna de Excélsior (“La política de los buenos y de los malos”), José Elías Romero Apis dice, entre otras cosas importantes, que “Es muy frecuente pensar que todos los priistas son rateros, que todos los panistas son estúpidos o que todos los morenistas-perredistas son salvajes. Nada más equivocado.

La ratería --asevera--, la estulticia y el salvajismo no son potestad monopólica de partido alguno. En todos los partidos hay honorables y hay ladrones. En todos hay genios y hay pendejos. En todos hay razonables y hay bestiarios…”

La ignorancia de la historia de México en tal materia puede llegar a hacer creer que la corrupción es un ejercicio que inventaron los gobernantes priistas. Lo cierto es que la corrupción de ningún modo constituye patrimonio privado de ninguna patria, doctrina ideológica o religiosa, etnia o clase social. En todos sus nombres, formas y expresiones (cohecho, corruptela, chantaje, fraude, mordida, peculado, soborno y algunas más) es, inexorable y desafortunadamente, mal endémico de la humanidad, pues se halla en el mapa genético del Homo Sapiens, especie zoológica finalmente.

Ello ni la justifica ni consuela saber que es mal de muchos, por supuesto.

Constantemente nos enteramos de que en buena cantidad de naciones del planeta se siguen, todos los días, procesos contra personas descubiertas en manejos ilícitos sobre todo de dinero. Un ejemplo es Odebrecht, tan de moda en el ámbito latinoamericano. Más que novedad, en muchos lugares es sólo descubrimiento de una práctica cuyo origen se pierde en la noche de los tiempos y en el pasado de todos los pueblos. Pero gratifica saber que hay leyes que sancionan y estructuras jurídicas que (por lo menos en ocasiones) impiden la impunidad en dicho sentido.

El artículo de Romero concluye aseverando que “En la política real no hay hombres buenos y malos. Tan sólo hay equipados y desprovistos.”

Es cierto, hay clases políticas sin clase y sin conciencia clara de lo que es la política. Sin ir muy lejos…

Sólo agregaría la sugerencia de evitar la mezcla o implicación del concepto de corrupción con el de política, ya que son mutuamente excluyentes. La política es manera de servir, sin servirse, desde el poder público para lograr el bien general. La expresión “político corrupto” carece de realidad y congruencia: el corrupto es un delincuente, infractor, inmoral y antiético pero jamás llegará, por eso, a ser un político.

La nueva generación de ciudadanos de esta California del Sur podrá preguntarse en qué hospital vio la primera luz, en qué instituciones educativas se está formando y en las que piensa adquirir una profesión, por cuáles carreteras se traslada, etc., e invariablemente encontrará que fueron construidos por un gobierno surgido del Revolucionario Institucional.

Pero puede volverse a especular en qué lugar se encuentran y qué están haciendo por su partido en esta temporada (seguramente temporal) de vacas flacas aquellos ardorosos militantes que una vez disfrutaron su apoyo e impulso hacia el logro de posiciones y cargos en la cosa pública.

Y el voto duro continuará preguntándose en dónde están…