/ domingo 15 de mayo de 2022

Despropósitos de una conmemoración*

Utilizo para el título de esta columna el vocablo “despropósito” en cuanto “hecho fuera de razón, de sentido o de conveniencia” para referirme solamente a tres aspectos cuestionables del reciente programa de actividades por el aniversario 487 de la ciudad y puerto de La Paz.

El primero es el cartel alusivo con la leyenda: “Hernán Cortés, en su expedición por los mares del sur, desembarca en la bahía de la Santa Cruz (hoy puerto de La Paz, Baja California Sur). 3 de mayo de 1535.”

La objeción de entrada es al hecho de nombrar erróneamente “mares del Sur” a lo que en ese tiempo recibía la denominación de “mar del Sur”, poco más tarde llamado océano Pacífico.

Los “mares del Sur” están en Oceanía.

La segunda refutación es al dibujo que acompaña a ese texto, donde aparecen algunos nativos dando bienvenida y ofrendas al Conquistador. Esto ocurrió, sí, cuando emisarios de Moctezuma entregaron a Cortés en Veracruz, hacía ya dieciséis años, para disuadirlo de continuar hacia Tenochtitlan.

Pero en Santa Cruz ocurrió completamente al contrario: desde el momento del arribo, los aborígenes trazaron una línea en la playa para indicar a los forasteros que tenían impedido avanzar al interior de la tierra (lo cual documenta muy bien Carlos Lazcano), que fue insuficiente para que el extremeño llevara a cabo la toma de posesión (incontrovertible fundación, pues el hecho contaba con la presencia de un alcalde mayor, don Juan de Valdivieso), aunque el acta respectiva subraya que “todo lo cual pasó pacíficamente, sin contradicción de persona alguna…”

En tercer lugar, lo que pretendió ser la escenificación tradicional de la fecha (“simulacro del desembarco de Cortés cada vez con más de ficción que realidad” lo califica Leonardo Reyes Silva en su artículo del pasado miércoles), disponible en YouTube, constituye un flagrante bodrio (en su acepción de “guiso mal aderezado”), que fue lo que resultó ese montaje músico – teatral (“esfuerzo muy bonito” en grandilocuentes palabras del director municipal de Cultura, a quien puede acreditarse todo el tinglado a que alude la presente nota).

Quizá para dar la impresión de que la política municipal tiene propósitos de inclusión étnica, a personas afrodescendientes que residen en La Paz se les asignó un extraño desempeño, completamente fuera de contexto, de bailarinas con vestuario de la Guelaguetza que faldearon, cada una por su cuenta, una especie de música medioeval absolutamente prescindible.

Enseguida apareció una Calafia guajira (campesina cubana), con más kilos de los que uno pensaba que poseía el mítico personaje de Montalvo, bailando una rumba y diciéndose “reina de la baja”.

Parte del elenco fue una Malinche – Calafia, y del guion una mezcla del poema de Jordán con un texto sacado de algún éxtasis inconfesable.

Todo ello narrado por un personaje llevado de último momento (como parece haber sido cuanto aquí se describe) de alguna arena de box, mediante estridencias que parecían hacer la presentación de cualquier cosa, menos de artistas. Luego se permitió informar que el nombre de California proviene de un libro titulado “Amadís de Galúa”. Así: Galúa

Esta prueba para espíritus masoquistas termina con el alarido “¡La Paz (¿la paz?) es posible!”, seguida de una bulla rara e indescriptible que encabezaron una bella Flor de Pitahaya con lanza en mano, y un joven de cuera blandiendo un tocado al que remata una cabeza de borrego cimarrón, animal que más bien corresponde a la fauna del norte peninsular.

Lo único que salvó a toda esta faramalla fue el atavío de Calafia (coronada al final de la pesadilla) que pidieron confeccionar –enhorabuena- a Lupita Cosío, quien ha procurado informarse debidamente sobre el asunto, según me consta.

En resumen, una escenificación del desembarco de Cortés ¡sin desembarco y sin Cortés!, en cuyo planteamiento errático metieron sus manos discrecionales personas evidentemente confiadas en la sabida ignorancia de las autoridades (que solventan con nuestros impuestos dichos menesteres), desprovisto del objetivo didáctico, más allá del mero entretenimiento, que debe tener este tipo de espectáculos masivos, necesariamente nutridos de información histórica confiable, que conduzcan a hacer sentir a la sociedad orgullosa de su pasado, segura de su pertenencia y consciente de su identidad.

Y parece ser que la disparatada función fue llevada a varias poblaciones del municipio paceño, que sin duda merecen algo mucho mejor que tales representaciones de desatino anti histórico y desacierto anti estético.

* Colaboración número 500 del autor a este diario, en la reciente etapa desde 2014.

Utilizo para el título de esta columna el vocablo “despropósito” en cuanto “hecho fuera de razón, de sentido o de conveniencia” para referirme solamente a tres aspectos cuestionables del reciente programa de actividades por el aniversario 487 de la ciudad y puerto de La Paz.

El primero es el cartel alusivo con la leyenda: “Hernán Cortés, en su expedición por los mares del sur, desembarca en la bahía de la Santa Cruz (hoy puerto de La Paz, Baja California Sur). 3 de mayo de 1535.”

La objeción de entrada es al hecho de nombrar erróneamente “mares del Sur” a lo que en ese tiempo recibía la denominación de “mar del Sur”, poco más tarde llamado océano Pacífico.

Los “mares del Sur” están en Oceanía.

La segunda refutación es al dibujo que acompaña a ese texto, donde aparecen algunos nativos dando bienvenida y ofrendas al Conquistador. Esto ocurrió, sí, cuando emisarios de Moctezuma entregaron a Cortés en Veracruz, hacía ya dieciséis años, para disuadirlo de continuar hacia Tenochtitlan.

Pero en Santa Cruz ocurrió completamente al contrario: desde el momento del arribo, los aborígenes trazaron una línea en la playa para indicar a los forasteros que tenían impedido avanzar al interior de la tierra (lo cual documenta muy bien Carlos Lazcano), que fue insuficiente para que el extremeño llevara a cabo la toma de posesión (incontrovertible fundación, pues el hecho contaba con la presencia de un alcalde mayor, don Juan de Valdivieso), aunque el acta respectiva subraya que “todo lo cual pasó pacíficamente, sin contradicción de persona alguna…”

En tercer lugar, lo que pretendió ser la escenificación tradicional de la fecha (“simulacro del desembarco de Cortés cada vez con más de ficción que realidad” lo califica Leonardo Reyes Silva en su artículo del pasado miércoles), disponible en YouTube, constituye un flagrante bodrio (en su acepción de “guiso mal aderezado”), que fue lo que resultó ese montaje músico – teatral (“esfuerzo muy bonito” en grandilocuentes palabras del director municipal de Cultura, a quien puede acreditarse todo el tinglado a que alude la presente nota).

Quizá para dar la impresión de que la política municipal tiene propósitos de inclusión étnica, a personas afrodescendientes que residen en La Paz se les asignó un extraño desempeño, completamente fuera de contexto, de bailarinas con vestuario de la Guelaguetza que faldearon, cada una por su cuenta, una especie de música medioeval absolutamente prescindible.

Enseguida apareció una Calafia guajira (campesina cubana), con más kilos de los que uno pensaba que poseía el mítico personaje de Montalvo, bailando una rumba y diciéndose “reina de la baja”.

Parte del elenco fue una Malinche – Calafia, y del guion una mezcla del poema de Jordán con un texto sacado de algún éxtasis inconfesable.

Todo ello narrado por un personaje llevado de último momento (como parece haber sido cuanto aquí se describe) de alguna arena de box, mediante estridencias que parecían hacer la presentación de cualquier cosa, menos de artistas. Luego se permitió informar que el nombre de California proviene de un libro titulado “Amadís de Galúa”. Así: Galúa

Esta prueba para espíritus masoquistas termina con el alarido “¡La Paz (¿la paz?) es posible!”, seguida de una bulla rara e indescriptible que encabezaron una bella Flor de Pitahaya con lanza en mano, y un joven de cuera blandiendo un tocado al que remata una cabeza de borrego cimarrón, animal que más bien corresponde a la fauna del norte peninsular.

Lo único que salvó a toda esta faramalla fue el atavío de Calafia (coronada al final de la pesadilla) que pidieron confeccionar –enhorabuena- a Lupita Cosío, quien ha procurado informarse debidamente sobre el asunto, según me consta.

En resumen, una escenificación del desembarco de Cortés ¡sin desembarco y sin Cortés!, en cuyo planteamiento errático metieron sus manos discrecionales personas evidentemente confiadas en la sabida ignorancia de las autoridades (que solventan con nuestros impuestos dichos menesteres), desprovisto del objetivo didáctico, más allá del mero entretenimiento, que debe tener este tipo de espectáculos masivos, necesariamente nutridos de información histórica confiable, que conduzcan a hacer sentir a la sociedad orgullosa de su pasado, segura de su pertenencia y consciente de su identidad.

Y parece ser que la disparatada función fue llevada a varias poblaciones del municipio paceño, que sin duda merecen algo mucho mejor que tales representaciones de desatino anti histórico y desacierto anti estético.

* Colaboración número 500 del autor a este diario, en la reciente etapa desde 2014.