/ viernes 24 de septiembre de 2021

Delito digital

Brinca de la realidad palpable a la virtual. En siglos anteriores bien podría pensarse en delitos oníricos o de la imaginación, que están en otro plano y en ello, inalcanzables y mucho menos, punibles. En los albores del siglo XXI lo digital es un universo paralelo donde coexistimos y es un plano en el que se expande la delincuencia.

A mi celular llegó un mensaje extraño. “Compra rechazada por fondos insuficientes”, indicó el móvil generándome un stress insospechado. Fin de quincena, sin saldo suficiente protegió una salida de dinero sin mi consentimiento. La empresa que quiso cobrarlo no existe según el resultado del googleo. Me obligó a acudir a la sucursal bancaria. La ejecutiva indicó que ese tipo de operaciones no se pueden detener porque acceden a la cuenta. Hubieron de tomarse medidas, cambio de plástico, registros, formatos… el quid del asunto, al parecer, la extracción de datos en las compras on line que realizo.

Este ámbito delincuencial, de reciente presencia va en aumento. Uno de los mercados de mayor crecimiento en el mundo ante la contingencia sanitaria ha sido el comercio en línea, con la proliferación de apps y sitios de compras de productos y servicios que, en experiencias inmersivas, aportan el sumo placer del consumo en lo digital. Es pertinente mencionar que hay una cada vez mayor diversificación de estos delitos, están aquellos que, como indica la jurisprudencia, sanciona las personas que “de manera temeraria” (sic) lanzan ataques cibernéticos, pero están otros rubros los que infringen en el robo de identidades para jaqueo de datos y dinero, los que vulneran la intimidad sexual de las personas y otros tantos de una gama que se diversifica. Diría mi abuela, “ya le hallaron el modo”.

Indudablemente expone meollos tecnológicos a los que la ley se enfrenta en este acelerado traslado a la ciberhumanidad (El Financiero. 23/09/2019), ideado desde una vivienda del barrio o desde algún país en otro continente. Ergo, aunque exista el entramado legal, ¿el brazo de la justicia deberá alargarse o incluso, aplicar la sanción ejemplar solo en el ciberespacio? Atraigo la idea de las constituciones digitales (El Sudcaliforniano. 30/07/2021). Sin duda, intríngulis de nuestro tiempo.

Y algo más de fondo, la cultura de la denuncia. A mí me jaquearon la cuenta, como a millones de personas usuarias de la red para las transacciones en línea; es un delito y no lo denuncié. Me sumé a la cifra negra, aquella que ubica a quienes, como yo, somos víctimas y no denunciamos por desconocimiento o por el “quiero evitar la fatiga” (Jaimito el cartero dixit). He decir que poco a poco se ha ido abatiendo porque la gente denuncia más que antes, pero ello no afirma que las carpetas de investigación concluyan con un encarcelamiento o resarcir el daño.

En ese entorno no podemos poner rejas ni tener un perro guardián ni sistemas de alarma. Cibercriminal es una profesión especializada que aunque no nos afecta en lo físico, vulnera nuestra inmersión en ese universo alterno, no leemos cláusulas, descargamos apps, compramos, soltamos datos de cuentas, en fin, nos vemos como gentiles de sutil inocencia.

Los alcances del fraude al 2020 incluyen el bancario y al consumidor, estimándose una tasa de más de 5 904 delitos por cada 100 mil habitantes, un dato que deberá prender algún foquito rojo porque aumentó en comparación con el 2019. Por otro lado, de cada 100 fraudes, 42 son a tarjetas de crédito o débito. Así, el fraude es el segundo delito a nivel nacional, después del robo. En nuestra entidad el fraude es el principal hecho delictivo, pero en la ciudad de La Paz ocupa el tercer sitio después del robo parcial o total de vehículo y robo a casa habitación (INEGI. ENVIPE 2021).

La población lo indica para la encuesta, pero todo esto no se denuncia, lo cual contrasta con la cantidad de carpetas de investigación, en las que los delitos mas denunciados son la violencia familiar, robo a casa habitación y robo a negocio (Reporte anual de incidencia delictiva 2020. BCS. Red Nacional de Observatorios). Si esa creatividad para delinquir en la red se enfocara a reducir las complicaciones de las sociedades…

¡Eytale!

En el 2017 el malware WannaCry puso en jaque al SAPA de Comondú al secuestrar su información y exigiendo un pago de 300 bitcoins (El Sudcaliforniano. 17/5/2017). Se manejó el término de “piratas cibernéticos” afectando a empresas e instituciones de 150 países. Marcus Hutchins, un joven informático autodidacta y a la postre, hacker “ético”, detuvo este ciberataque (The Guardian. 30/12/2017). Fue encarcelado al declararse culpable de propagar otros malwares cuando era muy joven, entre ellos el troyano Kronos que recopila contraseñas de cuentas bancarias (La Vanguardia 2/5/2019). ¿Y quienes estaban detrás del WannaCry? Misterio.

Brinca de la realidad palpable a la virtual. En siglos anteriores bien podría pensarse en delitos oníricos o de la imaginación, que están en otro plano y en ello, inalcanzables y mucho menos, punibles. En los albores del siglo XXI lo digital es un universo paralelo donde coexistimos y es un plano en el que se expande la delincuencia.

A mi celular llegó un mensaje extraño. “Compra rechazada por fondos insuficientes”, indicó el móvil generándome un stress insospechado. Fin de quincena, sin saldo suficiente protegió una salida de dinero sin mi consentimiento. La empresa que quiso cobrarlo no existe según el resultado del googleo. Me obligó a acudir a la sucursal bancaria. La ejecutiva indicó que ese tipo de operaciones no se pueden detener porque acceden a la cuenta. Hubieron de tomarse medidas, cambio de plástico, registros, formatos… el quid del asunto, al parecer, la extracción de datos en las compras on line que realizo.

Este ámbito delincuencial, de reciente presencia va en aumento. Uno de los mercados de mayor crecimiento en el mundo ante la contingencia sanitaria ha sido el comercio en línea, con la proliferación de apps y sitios de compras de productos y servicios que, en experiencias inmersivas, aportan el sumo placer del consumo en lo digital. Es pertinente mencionar que hay una cada vez mayor diversificación de estos delitos, están aquellos que, como indica la jurisprudencia, sanciona las personas que “de manera temeraria” (sic) lanzan ataques cibernéticos, pero están otros rubros los que infringen en el robo de identidades para jaqueo de datos y dinero, los que vulneran la intimidad sexual de las personas y otros tantos de una gama que se diversifica. Diría mi abuela, “ya le hallaron el modo”.

Indudablemente expone meollos tecnológicos a los que la ley se enfrenta en este acelerado traslado a la ciberhumanidad (El Financiero. 23/09/2019), ideado desde una vivienda del barrio o desde algún país en otro continente. Ergo, aunque exista el entramado legal, ¿el brazo de la justicia deberá alargarse o incluso, aplicar la sanción ejemplar solo en el ciberespacio? Atraigo la idea de las constituciones digitales (El Sudcaliforniano. 30/07/2021). Sin duda, intríngulis de nuestro tiempo.

Y algo más de fondo, la cultura de la denuncia. A mí me jaquearon la cuenta, como a millones de personas usuarias de la red para las transacciones en línea; es un delito y no lo denuncié. Me sumé a la cifra negra, aquella que ubica a quienes, como yo, somos víctimas y no denunciamos por desconocimiento o por el “quiero evitar la fatiga” (Jaimito el cartero dixit). He decir que poco a poco se ha ido abatiendo porque la gente denuncia más que antes, pero ello no afirma que las carpetas de investigación concluyan con un encarcelamiento o resarcir el daño.

En ese entorno no podemos poner rejas ni tener un perro guardián ni sistemas de alarma. Cibercriminal es una profesión especializada que aunque no nos afecta en lo físico, vulnera nuestra inmersión en ese universo alterno, no leemos cláusulas, descargamos apps, compramos, soltamos datos de cuentas, en fin, nos vemos como gentiles de sutil inocencia.

Los alcances del fraude al 2020 incluyen el bancario y al consumidor, estimándose una tasa de más de 5 904 delitos por cada 100 mil habitantes, un dato que deberá prender algún foquito rojo porque aumentó en comparación con el 2019. Por otro lado, de cada 100 fraudes, 42 son a tarjetas de crédito o débito. Así, el fraude es el segundo delito a nivel nacional, después del robo. En nuestra entidad el fraude es el principal hecho delictivo, pero en la ciudad de La Paz ocupa el tercer sitio después del robo parcial o total de vehículo y robo a casa habitación (INEGI. ENVIPE 2021).

La población lo indica para la encuesta, pero todo esto no se denuncia, lo cual contrasta con la cantidad de carpetas de investigación, en las que los delitos mas denunciados son la violencia familiar, robo a casa habitación y robo a negocio (Reporte anual de incidencia delictiva 2020. BCS. Red Nacional de Observatorios). Si esa creatividad para delinquir en la red se enfocara a reducir las complicaciones de las sociedades…

¡Eytale!

En el 2017 el malware WannaCry puso en jaque al SAPA de Comondú al secuestrar su información y exigiendo un pago de 300 bitcoins (El Sudcaliforniano. 17/5/2017). Se manejó el término de “piratas cibernéticos” afectando a empresas e instituciones de 150 países. Marcus Hutchins, un joven informático autodidacta y a la postre, hacker “ético”, detuvo este ciberataque (The Guardian. 30/12/2017). Fue encarcelado al declararse culpable de propagar otros malwares cuando era muy joven, entre ellos el troyano Kronos que recopila contraseñas de cuentas bancarias (La Vanguardia 2/5/2019). ¿Y quienes estaban detrás del WannaCry? Misterio.

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