/ martes 18 de agosto de 2020

Del Verbo Llorar... y Otras Cosas, También

El llanto es a veces el modo de expresar las cosas que no pueden decirse con palabras. Esto lo dijo Concepción Arenal, periodista, socióloga y escritora española. Pionera del feminismo en su país.

No lo entrecomillo, y lo hago a propósito, porque lo que ella dice, hoy quisiera hacerlo mío y sé que otros también harán lo mismo. Porque tienen ganas de llorar como yo o porque no han encontrado las palabras para decir eso que estamos sintiendo en estos meses

Yo sí puedo decirlo con palabras pero además tengo ganas de llorar. Las dos cosas podemos hacer. Preciso: las dos cosas yo si las puedo hacer.

Será porque no estoy de acuerdo con Tácito, el político e historiador romano quien decía que “a las mujeres les está bien llorar, a los hombres recordar”

Esto sí lo entrecomillé porque su máxima no me gusta del todo y menos en estos tiempos que buscan igualdad y en estos tiempos que corren donde el dolor se ha hecho presente que no da tregua como para hacer distinciones, sobre todo de ese tipo.

Concepción Arenal, de seguro, lo hubiera puesto en su lugar y él, de pena, por su limitada entendedera, entonces sí se pone a llorar.

Mediaré entre ambos con tal de quedarme con las tres cosas porque en esta ocasión las necesito.

Entonces me quedo con el llanto, la palabra y el recordar, como herramientas útiles para lo que uno carga adentro.

Sé que algunos piensan igual pero optan por esa mal entendida fortaleza y se abstienen de hacerlo,para que nadie más se aflija.

Otros, por más que esto intentaron, aguantar ya no les fue posible debido al gran dolor que le causó una pérdida reciente o por qué la muerte trajo consigo tantos recuerdos propios o ajenos y devino el llanto sanador, catártico, ese que no por desbordarse te hace menos o quita un pedazo de tu hombría.

En mi caso, yo solté mi primer llanto en cuanto salí del vientre de mi madre y el doctor me dio de nalgadas como las que me daría mi madre más delante para que agarrara juicio o me pusiera en paz luego de alguna malcriadez.

Desde esa vez no he dejado de hacerlo cuando es necesario o la ocasión lo amerita por más que uno se quiera hacer el fuerte o me crea lo que dice ese mentado Tácito.

Pero si bien he llorado de tristeza o por culpa de un dolor profundo, también he derramado lágrimas de emoción o de alegría, porque es igual de válido.

Lloras por una ausencia como esas que trae la muerte y lloras de gusto por una buena noticia, por un triunfo, o por alcanzar un paso más en la vida y por estar aun viviendo . Por eso también se llora.

Lloras porque un día tu padre se fue, porque un compañero de secundaria murió de un pelotazo en la cabeza, lloras porque te vas o porque alguien se queda llorando, lloras por los dolores del alma que te afligen y lloras porque ya se fue a quien viste como un padre o lloras porque el perro de la casa murió de viejo o porque quien te parió en esa primera vez que lloraste, también murió como un día lo haremos todos o como lo hacen algunos de tus amigos que más has querido .

Lloras por un alumbramiento, y lloras de gozo porque agosto tiene desde hace ya algunos años, muchas razones para vivir y brindar por la vida, eternamente. Lloras por un amor que se consagra y lloras porque existes y existen esos que aún están a tu lado para decirte que te quieren y darte con su mano un apapacho para refrendar un amistad como esa que yo tenía y seguiré teniendo con los amigos del barrio y siempre aunque no lo sean, pero que de un de repente se han ido, sin más remedio.

Sí, es verdad, dice Benavente que la ironía es una tristeza que no puede llorar y sonríe. Sí, y por eso jugamos y nos reímos hasta de nosotros mismos para hacer de todo esto algo más llevadero y porque el humor y la risa nos salva.

Pero nada de lo que en esta entrega he dicho, es excluyente. Es verdad lo que dijo mi compadre José Alfredo de que la vida empieza llorando y así llorando se acaba.

No le faltaba razón.

Entonces me quedo con el llanto, pero además con la risa, la palabra y los recuerdos, muchos recuerdos como herramientas útiles para sanar lo que uno trae por dentro.

El llanto es a veces el modo de expresar las cosas que no pueden decirse con palabras. Esto lo dijo Concepción Arenal, periodista, socióloga y escritora española. Pionera del feminismo en su país.

No lo entrecomillo, y lo hago a propósito, porque lo que ella dice, hoy quisiera hacerlo mío y sé que otros también harán lo mismo. Porque tienen ganas de llorar como yo o porque no han encontrado las palabras para decir eso que estamos sintiendo en estos meses

Yo sí puedo decirlo con palabras pero además tengo ganas de llorar. Las dos cosas podemos hacer. Preciso: las dos cosas yo si las puedo hacer.

Será porque no estoy de acuerdo con Tácito, el político e historiador romano quien decía que “a las mujeres les está bien llorar, a los hombres recordar”

Esto sí lo entrecomillé porque su máxima no me gusta del todo y menos en estos tiempos que buscan igualdad y en estos tiempos que corren donde el dolor se ha hecho presente que no da tregua como para hacer distinciones, sobre todo de ese tipo.

Concepción Arenal, de seguro, lo hubiera puesto en su lugar y él, de pena, por su limitada entendedera, entonces sí se pone a llorar.

Mediaré entre ambos con tal de quedarme con las tres cosas porque en esta ocasión las necesito.

Entonces me quedo con el llanto, la palabra y el recordar, como herramientas útiles para lo que uno carga adentro.

Sé que algunos piensan igual pero optan por esa mal entendida fortaleza y se abstienen de hacerlo,para que nadie más se aflija.

Otros, por más que esto intentaron, aguantar ya no les fue posible debido al gran dolor que le causó una pérdida reciente o por qué la muerte trajo consigo tantos recuerdos propios o ajenos y devino el llanto sanador, catártico, ese que no por desbordarse te hace menos o quita un pedazo de tu hombría.

En mi caso, yo solté mi primer llanto en cuanto salí del vientre de mi madre y el doctor me dio de nalgadas como las que me daría mi madre más delante para que agarrara juicio o me pusiera en paz luego de alguna malcriadez.

Desde esa vez no he dejado de hacerlo cuando es necesario o la ocasión lo amerita por más que uno se quiera hacer el fuerte o me crea lo que dice ese mentado Tácito.

Pero si bien he llorado de tristeza o por culpa de un dolor profundo, también he derramado lágrimas de emoción o de alegría, porque es igual de válido.

Lloras por una ausencia como esas que trae la muerte y lloras de gusto por una buena noticia, por un triunfo, o por alcanzar un paso más en la vida y por estar aun viviendo . Por eso también se llora.

Lloras porque un día tu padre se fue, porque un compañero de secundaria murió de un pelotazo en la cabeza, lloras porque te vas o porque alguien se queda llorando, lloras por los dolores del alma que te afligen y lloras porque ya se fue a quien viste como un padre o lloras porque el perro de la casa murió de viejo o porque quien te parió en esa primera vez que lloraste, también murió como un día lo haremos todos o como lo hacen algunos de tus amigos que más has querido .

Lloras por un alumbramiento, y lloras de gozo porque agosto tiene desde hace ya algunos años, muchas razones para vivir y brindar por la vida, eternamente. Lloras por un amor que se consagra y lloras porque existes y existen esos que aún están a tu lado para decirte que te quieren y darte con su mano un apapacho para refrendar un amistad como esa que yo tenía y seguiré teniendo con los amigos del barrio y siempre aunque no lo sean, pero que de un de repente se han ido, sin más remedio.

Sí, es verdad, dice Benavente que la ironía es una tristeza que no puede llorar y sonríe. Sí, y por eso jugamos y nos reímos hasta de nosotros mismos para hacer de todo esto algo más llevadero y porque el humor y la risa nos salva.

Pero nada de lo que en esta entrega he dicho, es excluyente. Es verdad lo que dijo mi compadre José Alfredo de que la vida empieza llorando y así llorando se acaba.

No le faltaba razón.

Entonces me quedo con el llanto, pero además con la risa, la palabra y los recuerdos, muchos recuerdos como herramientas útiles para sanar lo que uno trae por dentro.