/ domingo 25 de julio de 2021

Cuba, sesenta y tantos años después

Imposible haber imaginado que, más de seis decenios después de que el entusiasmo juvenil sintonizaba la frecuencia de onda corta de un pequeño radio de baterías en la playa de La Paz -mediante la cual algunos adolescentes escuchábamos los informes y arengas que se recibían desde la sierra Maestra, en el oriente cubano-, esta nueva edad me diera el extraño regalo de esperar el inminente fin de la dictadura en que Fidel Castro convirtió las esperanzas y los sueños de un continente, frustrados por un gobierno totalitario, tiránico, contradictorio, caprichoso y errátil, demagógico y dependiente.

Totalitario porque, desde el triunfo de “su” revolución, Castro se convirtió en el poder único y omnímodo de la Isla, donde las funciones de justicia y legislativas, además de las ejecutivas, fueron ejercidas por un dictador intransigente, feroz, represivo y vengativo; porque la figura del hermano que impuso como aparente relevo en el mando, y éste al sujeto que está al frente del despotismo, sólo han sido monigotes carentes de voluntad e ideas propias.

Tiránico porque ha negado a su pueblo, por la fuerza, cualquier forma de democracia y de libertad, pues ha ejercido el control absoluto sobre las elecciones, que son unipartidistas, y en todos los medios de información y comunicación (internet, prensa, radio, telefonía fija y móvil, televisión), lo que incluye a las corresponsalías de órganos periodísticos extranjeros que informan desde Cuba, que son expulsadas cuando publican alguna cosa que la censura oficial considera inconveniente a sus intereses.

Contradictorio, en vista de que lo mismo dice una cosa que actúa de otra; se contradice a conciencia, miente con todo cinismo y la mayor desfachatez.

Caprichoso y errátil, pues la clase gobernante ha privilegiado a la política sobre la economía y se ha negado permanentemente a planear las estrategias para un desarrollo que prometieron su revolución y su socialismo, con las inevitables consecuencias de un proceder impreciso que ha llevado a menos cada día a la otrora floreciente productividad cubana.

Demagógico porque mediante discursos, marchas multitudinarias de masas acarreadas, mesas redondas por televisión, intervenciones en foros internacionales y chantajes ha tratado de maquillar la probada ineficacia de su pésima administración.

Engañabobos porque ha manipulado el llamado “bloqueo” norteamericano en su beneficio, para responsabilizarlo de sus propias incompetencias. Como se sabe, el absolutismo de esa sufrida patria siempre ha podido comerciar con quien le dé la gana; el problema es que carece de artículos con qué hacerlo debido a que la producción se ha abatido en todos los órdenes por obstrucción, falta de organización y bloqueo, ese sí, a toda forma de iniciativa privada y emprendimiento.

“No gobierna sino administra crisis”, dicen de la tiranía sus opositores, en virtud de que distrae con la amenaza de una invasión y las agresiones de supuestos enemigos (el gobierno de México estuvo en la lista en tiempos de Vicente Fox, a raíz del “comes y te vas...”).

Por todos son conocidas las falacias indemostrables de los primeros lugares en todo y el fomento del nacionalismo y la soberanía que la autocracia no preserva en la práctica.

Porque la ineptitud estridentemente evidente del tristema castrista no logra ser ocultada por las falsas estadísticas que da a conocer, aunque muchos todavía en el interior y en el extranjero sigan creyendo las patrañas que declara sobre educación, agricultura, ciencia, tecnología, medio ambiente, salud y cada uno de todos los renglones de la vida nacional.

El deporte se sostiene en buen nivel porque es una actividad netamente profesional, sin serlo aparentemente, muy lejos del aficionismo que arguyen los sátrapas para apuntalar los triunfos de los deportistas cubanos, que antes de 1959 habían logrado en competencias legítimas.

Porque intenta engañar a sus compatriotas ofreciendo, siempre para mañana, el futuro bonancible que ya ha demorado tantos años en llegar, y que la sociedad insular empieza a ver cada vez más cercano mediante la lucha tenaz que inició el pasado 11 de julio.

Dependiente, ya que los recursos de su gobierno los ha obtenido siempre de una especie de caridad internacional, primero de los mismos Estados Unidos, luego de la URSS, y últimamente de Venezuela, China y la propia Rusia.

Esa misma dependencia la ha derivado a sus conciudadanos, mediante un paternalismo oficial detestable que se ha empeñado en menoscabar, sin lograrlo totalmente, la imaginación, la inteligencia y la creatividad reconocidas del pueblo isleño, que con el apoyo de su gente en el exilio comienza a ver un nuevo amanecer en la larga noche del despotismo.

Imposible haber imaginado que, más de seis decenios después de que el entusiasmo juvenil sintonizaba la frecuencia de onda corta de un pequeño radio de baterías en la playa de La Paz -mediante la cual algunos adolescentes escuchábamos los informes y arengas que se recibían desde la sierra Maestra, en el oriente cubano-, esta nueva edad me diera el extraño regalo de esperar el inminente fin de la dictadura en que Fidel Castro convirtió las esperanzas y los sueños de un continente, frustrados por un gobierno totalitario, tiránico, contradictorio, caprichoso y errátil, demagógico y dependiente.

Totalitario porque, desde el triunfo de “su” revolución, Castro se convirtió en el poder único y omnímodo de la Isla, donde las funciones de justicia y legislativas, además de las ejecutivas, fueron ejercidas por un dictador intransigente, feroz, represivo y vengativo; porque la figura del hermano que impuso como aparente relevo en el mando, y éste al sujeto que está al frente del despotismo, sólo han sido monigotes carentes de voluntad e ideas propias.

Tiránico porque ha negado a su pueblo, por la fuerza, cualquier forma de democracia y de libertad, pues ha ejercido el control absoluto sobre las elecciones, que son unipartidistas, y en todos los medios de información y comunicación (internet, prensa, radio, telefonía fija y móvil, televisión), lo que incluye a las corresponsalías de órganos periodísticos extranjeros que informan desde Cuba, que son expulsadas cuando publican alguna cosa que la censura oficial considera inconveniente a sus intereses.

Contradictorio, en vista de que lo mismo dice una cosa que actúa de otra; se contradice a conciencia, miente con todo cinismo y la mayor desfachatez.

Caprichoso y errátil, pues la clase gobernante ha privilegiado a la política sobre la economía y se ha negado permanentemente a planear las estrategias para un desarrollo que prometieron su revolución y su socialismo, con las inevitables consecuencias de un proceder impreciso que ha llevado a menos cada día a la otrora floreciente productividad cubana.

Demagógico porque mediante discursos, marchas multitudinarias de masas acarreadas, mesas redondas por televisión, intervenciones en foros internacionales y chantajes ha tratado de maquillar la probada ineficacia de su pésima administración.

Engañabobos porque ha manipulado el llamado “bloqueo” norteamericano en su beneficio, para responsabilizarlo de sus propias incompetencias. Como se sabe, el absolutismo de esa sufrida patria siempre ha podido comerciar con quien le dé la gana; el problema es que carece de artículos con qué hacerlo debido a que la producción se ha abatido en todos los órdenes por obstrucción, falta de organización y bloqueo, ese sí, a toda forma de iniciativa privada y emprendimiento.

“No gobierna sino administra crisis”, dicen de la tiranía sus opositores, en virtud de que distrae con la amenaza de una invasión y las agresiones de supuestos enemigos (el gobierno de México estuvo en la lista en tiempos de Vicente Fox, a raíz del “comes y te vas...”).

Por todos son conocidas las falacias indemostrables de los primeros lugares en todo y el fomento del nacionalismo y la soberanía que la autocracia no preserva en la práctica.

Porque la ineptitud estridentemente evidente del tristema castrista no logra ser ocultada por las falsas estadísticas que da a conocer, aunque muchos todavía en el interior y en el extranjero sigan creyendo las patrañas que declara sobre educación, agricultura, ciencia, tecnología, medio ambiente, salud y cada uno de todos los renglones de la vida nacional.

El deporte se sostiene en buen nivel porque es una actividad netamente profesional, sin serlo aparentemente, muy lejos del aficionismo que arguyen los sátrapas para apuntalar los triunfos de los deportistas cubanos, que antes de 1959 habían logrado en competencias legítimas.

Porque intenta engañar a sus compatriotas ofreciendo, siempre para mañana, el futuro bonancible que ya ha demorado tantos años en llegar, y que la sociedad insular empieza a ver cada vez más cercano mediante la lucha tenaz que inició el pasado 11 de julio.

Dependiente, ya que los recursos de su gobierno los ha obtenido siempre de una especie de caridad internacional, primero de los mismos Estados Unidos, luego de la URSS, y últimamente de Venezuela, China y la propia Rusia.

Esa misma dependencia la ha derivado a sus conciudadanos, mediante un paternalismo oficial detestable que se ha empeñado en menoscabar, sin lograrlo totalmente, la imaginación, la inteligencia y la creatividad reconocidas del pueblo isleño, que con el apoyo de su gente en el exilio comienza a ver un nuevo amanecer en la larga noche del despotismo.