/ domingo 17 de octubre de 2021

Crónicas y cronistas de California Sur

Cada momento de Baja California Sur ha tenido cronistas, desde los pintores que dejaron la huella de sus pueblos en murales y petroglifos, pasando por el escribano Miguel de Castro, quien levantó el acta de posesión del puerto y bahía de Santa Cruz (hoy La Paz) al arribo de Hernán Cortés a ella el 3 de mayo de 1535.

El mismo Cortés fue el primer cronista de las Californias, mediante cartas que hablan sobre su estadía en la nueva tierra que pisaban.

Luego, uno de sus capitanes, don Juan de Jasso el Viejo, a través de sus escritos nos ofreció una visión de la figura cortesiana en California, muy distinta a la que de él se tiene en el resto de México.

El Conquistador dejó encargado de la incipiente colonia al capitán Francisco de Ulloa, a quien además confió las exploraciones en la última de sus empresas en la tierra de sus afanes.

A éste acompañó Francisco Preciado como piloto en la navegación a esa parte de Nueva España en 1539, y del viaje produjo para la historia su crónica en la cual sobresale el hecho de que en ella aparece en tres ocasiones la denominación de California para el sur peninsular, lo que resulta ser la primera designación a un lugar preciso del planeta.

Y así tenemos muchos otros cronistas que nos legaron la vasta documentación que tenemos ahora para recrear y entender mejor los acontecimientos de otros tiempos.

Cronistas por excelencia de la Antigua California fueron los misioneros jesuitas Eusebio Francisco Kino, Juan María de Salvatierra y Miguel del Barco, entre otros varios, hasta algunos que jamás la habitaron, como Miguel Venegas y Francisco Javier Clavijero.

Enseguida, varios visitantes de las Californias, cronistas del siglo XIX, nos han proporcionado descripciones alusivas:

Cyprien Combier, capitán francés de una goleta mercante, escribió una extensa descripción del físico y el carácter de los californios sudpeninsulares.

Frederick Debell Bennett fue un naturista enviado para obtener mejor conocimiento del cachalote. De ello resultó un libro en 1835 en que describió la vida peninsular californiana.

James Hunter Bull, originario de Pennsylvania, en 1843 estuvo en México; de vuelta a su país decidió ir a Mulegé, donde fue “inmediatamente cautivado por la diferencia de carácter entre la gente de California y la de México…”

Cronista sobresaliente del país californiano fue Ignacio Ramírez Calzada, “El Nigromante”. En uno de sus trabajos expresó interesantes puntos de vista acerca de lo que todavía en su tiempo se conocía como “las Californias”.

La parte de la guerra de los Estados Unidos contra México, de 1846 a 1848 en la península de californiana, produjo, entre otras cosas, relatos que pintan la fisonomía colectiva de sus pobladores, como la del teniente Edward Gould Buffum, integrante de los Voluntarios de Nueva York, y William Redmond Ryan, un aventurero inglés cuyas experiencias en el sur peninsular fueron editadas en la capital de su país, a base de textos y dibujos.

Después de la invasión estadounidense tuvo lugar en Alta California la Fiebre de oro, que en 1849 produjo el fenómeno migratorio de los Forty-niners. El primer diario de un Forty-niner en la Baja California fue el de W. C. S. Smith, quien dijo que los sudcalifornianos eran “Gente muy amable..., mejor gente que los mexicanos.”

Hasta cronistas diplomáticos franceses hubo que dejaron apuntes sobre las ocurrencias californianas del sur a mediados del siglo XIX.

También ha habido cronistas de periodos más cercanos como Adrián Valadés, Manuel Clemente Rojo y Ulises Urbano Lassepás en la segunda mitad del mismo siglo XIX. En la centuria anterior, León Diguet, Amado Aguirre y, más próximos a nosotros, Ulises Irigoyen, Fernando Jordán, Jesús Castro Agúndez y, desde luego, Miguel León-Portilla.

En la continuación de una adecuada costumbre iniciada hace casi cincuenta años cuando fue nombrado el primer cronista del territorio de Baja California Sur, el último fue este escribidor y el encargo ha permanecido sin titular durante los años de este milenio.

Sin embargo, también ejerce ese quehacer en cada una de las poblaciones alguien que se ocupa de evocar y difundir los hechos del pasado y conservar los de la actualidad.

En andanzas, búsquedas y pruebas de ensayo y error de varios decenios decidí finalmente desembarcar en el puerto de la crónica, con la certeza del que sabe que su tarea es, a más de investigadora e informativa, de concienciación, y de que, al final de cuentas únicamente expresa una verdad y una visión:

Su visión y su verdad.

Cada momento de Baja California Sur ha tenido cronistas, desde los pintores que dejaron la huella de sus pueblos en murales y petroglifos, pasando por el escribano Miguel de Castro, quien levantó el acta de posesión del puerto y bahía de Santa Cruz (hoy La Paz) al arribo de Hernán Cortés a ella el 3 de mayo de 1535.

El mismo Cortés fue el primer cronista de las Californias, mediante cartas que hablan sobre su estadía en la nueva tierra que pisaban.

Luego, uno de sus capitanes, don Juan de Jasso el Viejo, a través de sus escritos nos ofreció una visión de la figura cortesiana en California, muy distinta a la que de él se tiene en el resto de México.

El Conquistador dejó encargado de la incipiente colonia al capitán Francisco de Ulloa, a quien además confió las exploraciones en la última de sus empresas en la tierra de sus afanes.

A éste acompañó Francisco Preciado como piloto en la navegación a esa parte de Nueva España en 1539, y del viaje produjo para la historia su crónica en la cual sobresale el hecho de que en ella aparece en tres ocasiones la denominación de California para el sur peninsular, lo que resulta ser la primera designación a un lugar preciso del planeta.

Y así tenemos muchos otros cronistas que nos legaron la vasta documentación que tenemos ahora para recrear y entender mejor los acontecimientos de otros tiempos.

Cronistas por excelencia de la Antigua California fueron los misioneros jesuitas Eusebio Francisco Kino, Juan María de Salvatierra y Miguel del Barco, entre otros varios, hasta algunos que jamás la habitaron, como Miguel Venegas y Francisco Javier Clavijero.

Enseguida, varios visitantes de las Californias, cronistas del siglo XIX, nos han proporcionado descripciones alusivas:

Cyprien Combier, capitán francés de una goleta mercante, escribió una extensa descripción del físico y el carácter de los californios sudpeninsulares.

Frederick Debell Bennett fue un naturista enviado para obtener mejor conocimiento del cachalote. De ello resultó un libro en 1835 en que describió la vida peninsular californiana.

James Hunter Bull, originario de Pennsylvania, en 1843 estuvo en México; de vuelta a su país decidió ir a Mulegé, donde fue “inmediatamente cautivado por la diferencia de carácter entre la gente de California y la de México…”

Cronista sobresaliente del país californiano fue Ignacio Ramírez Calzada, “El Nigromante”. En uno de sus trabajos expresó interesantes puntos de vista acerca de lo que todavía en su tiempo se conocía como “las Californias”.

La parte de la guerra de los Estados Unidos contra México, de 1846 a 1848 en la península de californiana, produjo, entre otras cosas, relatos que pintan la fisonomía colectiva de sus pobladores, como la del teniente Edward Gould Buffum, integrante de los Voluntarios de Nueva York, y William Redmond Ryan, un aventurero inglés cuyas experiencias en el sur peninsular fueron editadas en la capital de su país, a base de textos y dibujos.

Después de la invasión estadounidense tuvo lugar en Alta California la Fiebre de oro, que en 1849 produjo el fenómeno migratorio de los Forty-niners. El primer diario de un Forty-niner en la Baja California fue el de W. C. S. Smith, quien dijo que los sudcalifornianos eran “Gente muy amable..., mejor gente que los mexicanos.”

Hasta cronistas diplomáticos franceses hubo que dejaron apuntes sobre las ocurrencias californianas del sur a mediados del siglo XIX.

También ha habido cronistas de periodos más cercanos como Adrián Valadés, Manuel Clemente Rojo y Ulises Urbano Lassepás en la segunda mitad del mismo siglo XIX. En la centuria anterior, León Diguet, Amado Aguirre y, más próximos a nosotros, Ulises Irigoyen, Fernando Jordán, Jesús Castro Agúndez y, desde luego, Miguel León-Portilla.

En la continuación de una adecuada costumbre iniciada hace casi cincuenta años cuando fue nombrado el primer cronista del territorio de Baja California Sur, el último fue este escribidor y el encargo ha permanecido sin titular durante los años de este milenio.

Sin embargo, también ejerce ese quehacer en cada una de las poblaciones alguien que se ocupa de evocar y difundir los hechos del pasado y conservar los de la actualidad.

En andanzas, búsquedas y pruebas de ensayo y error de varios decenios decidí finalmente desembarcar en el puerto de la crónica, con la certeza del que sabe que su tarea es, a más de investigadora e informativa, de concienciación, y de que, al final de cuentas únicamente expresa una verdad y una visión:

Su visión y su verdad.