/ sábado 24 de agosto de 2019

Cosechando al corazón y el espíritu

(Dedicado a K.D.W.)

El amor es más que un sentimiento que nos abruma he inunda, va más allá de la secreción de hormonas en el cerebro y el resto del cuerpo. El amor es una amplitud de conciencia en donde podemos expresarnos, crecer y entregarnos desde un lugar de compasión y entendimiento.

La felicidad es una emoción que se cultiva. Podremos anticiparnos a sonreír al saber que pronto veremos a alguien pero ese tipo de felicidad es momentánea. La verdadera felicidad se construye creando lazos saludables entre nuestros pensamientos, como los que se aúnan cuando se es agradecido con lo que vemos y tenemos a nuestro alrededor en lugar de estar viendo qué nos hace falta.

La mayoría recibe en cantidades grandes el amor de las figuras paternas. La felicidad en las etapas iniciales es un tanto diferente a la que se experimentará a plena conciencia en la edad adulta, la inocencia juega un rol significativo en ésta ya que uno tiende a ser simplemente menos consciente de la realidad. Pasa en la adolescencia y al convertirnos en adultos que nos desprendemos de la dependencia que sostuvimos de nuestro padres al darnos ese amor y esa felicidad.

Salir a descubrir el mundo requiere de gran valor y tenacidad. Se comienza a poner en práctica lo aprendido en casa y con esas herramientas salimos de ésta. Comenzamos a experimentar situaciones desagradables, dolorosas, depresivas; desilusiones, perdidas, humillaciones, separaciones, rencores, trastornos y qué no, las cuales corroen el alma como si la aplastarán de ida y de vuelta con maquinaria pesada. He ahí donde se inicia el abandono del camino de el amor y de la felicidad que dimos por dada muchos años atrás para adentrarnos en uno de indiferencia e infelicidad.

El ser humano es un robot orgánico que a diferencia de las maquinas —a las cuales podemos actualizar con sencillamente presionar un botón— no se les puede asistir así. Sería genial una actualización después de la catarsis; “recuperación total”, “olvida en segundos”, “felicidad suprema”, “fuerza vital”, “autoestima en las nubes”, “voluntad impecable”, “sonriendo 24/7”… serían algunos de los títulos en nuestra lista de descarga. Pero es imposible sanar el corazón y el alma de los seres humanos como si fueran maquinas ya que éstas carecen de ambos.

No podemos descargar “amar a mi compañero de vida incondicionalmente”, “serle fiel a mi esposa a toda costa” o “contento y pleno desde la raíz” y ¡voila! Tenemos que trabajar para ello. Si fuera así de fácil de resolver, entonces de qué serviría estar vivos. Imagina no tener libre albedrío ni emociones ni sentimientos; no podrías decidir qué te gusta o a quién amar. Seguramente estaríamos programados a no hacerlo.

Sabemos que aunque amemos a nuestros aparatos tecnológicos jamás nos amarán de vuelta, eso nos queda claro cada vez que se les acaba la pila —¡oh, triste realidad!—. Piénsalo, si hoy regalaras un teléfono bastaría con seleccionar reset para comprobar que no quedaría huella alguna de ti. He ahí lo que nos diferencia y nos hace almas encarnadas a un cuerpo que late a mil por hora. Nosotros no olvidamos a quienes nos aman, ni a quienes nos comparten su tiempo o llenan nuestras vidas de gozo.

Cada quién es único y recorre un camino totalmente ajeno al del prójimo en todos y cada uno de los sentidos. Si pones atención a tus alrededores de darás cuenta que, mientras unos se casan otros se divorcian, se juntan y se distancian al ritmo que, otros forman familias, celebran sus bodas de oro y dan a manos llenas . Pero algo hay en común entre las tantas historias que vivimos y capítulos que escribimos, sea cual sea la encrucijada que estés atravesando; todos los caminos lleva a Roma. Y en este caso Roma ese amor y felicidad que hemos perdido.

Qué pasa con aquellos que entran y salen y continuan entrando y saliendo de relaciones como peces en el agua. Acaso son personas menos eficientes cuando se trata de construir lazos permanentes con los demás ó tienen una educación de desarrollo personal diferente al resto. Podrá ser que su alma gemela debido a las circunstancias de nacimiento deambula a miles de kilómetros fuera de su órbita y el universo los ha retado a encontrarse entre los billones de humanos que habitamos el planeta. Los quiero invitar a pensar y contemplar meditativamente que hay un poco de todo eso y mucho de lo otro también.

Nuestro programación adquirida en el núcleo familiar basada en creencias, cultura, religión, estatus socioeconómico, académico y raza nos han enriquecido y limitado al mismo tiempo, ¡suena irónico! Pero somos totalmente diferentes a la persona con la que nos encontramos delante de y deseamos compartir nuestra vida con. Como adultos, nos llega ese gran anhelo de formar nuestra propia familia tal cual como a nuestros padres, es parte esencial del circulo de la vida.

Sin lugar a duda será la experiencia de vida más satisfactoria si se logra conquistar pacientemente, para ello; dejaremos al ego atrás y pondremos en práctica nuestra paciencia, resiliencia, compasión y amor hacia el prójimo. Será en ese día a día, de la mano de tu pareja, compartiendo todo tipo de emociones y sentimientos que lograrás por fin llegar a Roma. Lo mejor de todo es que en ese zigzagueado sendero harás conciencia del estupendo trabajo que hicieron tus padres al darte todo ese amor y al proveerte con toda aquella felicidad. Definitivamente, no hay mejor manera de vivir la vida que llegar a esa realización y darse cuenta de su inconmensurable valor en nuestra especie, es lo que nos diverge de las maquinas que hacen lo que hacen por ser ordenadas a hacerlo.

Cultivar y acrecentar ese amor y esa felicidad con ese ser amado que escogemos para compartir cada momento significativo y pequeño en nuestra vida es la meta total del ser humano, es lo que nos convierte en una extraordinaria coincidencia en el universo, es lo que pasamos a la conciencia colectiva de las nuevas generaciones, así como nuestros padres lo hicieron con nosotros devolviendo ese gran favor a la humanidad. Así que ama, se feliz y compártelo.

(Dedicado a K.D.W.)

El amor es más que un sentimiento que nos abruma he inunda, va más allá de la secreción de hormonas en el cerebro y el resto del cuerpo. El amor es una amplitud de conciencia en donde podemos expresarnos, crecer y entregarnos desde un lugar de compasión y entendimiento.

La felicidad es una emoción que se cultiva. Podremos anticiparnos a sonreír al saber que pronto veremos a alguien pero ese tipo de felicidad es momentánea. La verdadera felicidad se construye creando lazos saludables entre nuestros pensamientos, como los que se aúnan cuando se es agradecido con lo que vemos y tenemos a nuestro alrededor en lugar de estar viendo qué nos hace falta.

La mayoría recibe en cantidades grandes el amor de las figuras paternas. La felicidad en las etapas iniciales es un tanto diferente a la que se experimentará a plena conciencia en la edad adulta, la inocencia juega un rol significativo en ésta ya que uno tiende a ser simplemente menos consciente de la realidad. Pasa en la adolescencia y al convertirnos en adultos que nos desprendemos de la dependencia que sostuvimos de nuestro padres al darnos ese amor y esa felicidad.

Salir a descubrir el mundo requiere de gran valor y tenacidad. Se comienza a poner en práctica lo aprendido en casa y con esas herramientas salimos de ésta. Comenzamos a experimentar situaciones desagradables, dolorosas, depresivas; desilusiones, perdidas, humillaciones, separaciones, rencores, trastornos y qué no, las cuales corroen el alma como si la aplastarán de ida y de vuelta con maquinaria pesada. He ahí donde se inicia el abandono del camino de el amor y de la felicidad que dimos por dada muchos años atrás para adentrarnos en uno de indiferencia e infelicidad.

El ser humano es un robot orgánico que a diferencia de las maquinas —a las cuales podemos actualizar con sencillamente presionar un botón— no se les puede asistir así. Sería genial una actualización después de la catarsis; “recuperación total”, “olvida en segundos”, “felicidad suprema”, “fuerza vital”, “autoestima en las nubes”, “voluntad impecable”, “sonriendo 24/7”… serían algunos de los títulos en nuestra lista de descarga. Pero es imposible sanar el corazón y el alma de los seres humanos como si fueran maquinas ya que éstas carecen de ambos.

No podemos descargar “amar a mi compañero de vida incondicionalmente”, “serle fiel a mi esposa a toda costa” o “contento y pleno desde la raíz” y ¡voila! Tenemos que trabajar para ello. Si fuera así de fácil de resolver, entonces de qué serviría estar vivos. Imagina no tener libre albedrío ni emociones ni sentimientos; no podrías decidir qué te gusta o a quién amar. Seguramente estaríamos programados a no hacerlo.

Sabemos que aunque amemos a nuestros aparatos tecnológicos jamás nos amarán de vuelta, eso nos queda claro cada vez que se les acaba la pila —¡oh, triste realidad!—. Piénsalo, si hoy regalaras un teléfono bastaría con seleccionar reset para comprobar que no quedaría huella alguna de ti. He ahí lo que nos diferencia y nos hace almas encarnadas a un cuerpo que late a mil por hora. Nosotros no olvidamos a quienes nos aman, ni a quienes nos comparten su tiempo o llenan nuestras vidas de gozo.

Cada quién es único y recorre un camino totalmente ajeno al del prójimo en todos y cada uno de los sentidos. Si pones atención a tus alrededores de darás cuenta que, mientras unos se casan otros se divorcian, se juntan y se distancian al ritmo que, otros forman familias, celebran sus bodas de oro y dan a manos llenas . Pero algo hay en común entre las tantas historias que vivimos y capítulos que escribimos, sea cual sea la encrucijada que estés atravesando; todos los caminos lleva a Roma. Y en este caso Roma ese amor y felicidad que hemos perdido.

Qué pasa con aquellos que entran y salen y continuan entrando y saliendo de relaciones como peces en el agua. Acaso son personas menos eficientes cuando se trata de construir lazos permanentes con los demás ó tienen una educación de desarrollo personal diferente al resto. Podrá ser que su alma gemela debido a las circunstancias de nacimiento deambula a miles de kilómetros fuera de su órbita y el universo los ha retado a encontrarse entre los billones de humanos que habitamos el planeta. Los quiero invitar a pensar y contemplar meditativamente que hay un poco de todo eso y mucho de lo otro también.

Nuestro programación adquirida en el núcleo familiar basada en creencias, cultura, religión, estatus socioeconómico, académico y raza nos han enriquecido y limitado al mismo tiempo, ¡suena irónico! Pero somos totalmente diferentes a la persona con la que nos encontramos delante de y deseamos compartir nuestra vida con. Como adultos, nos llega ese gran anhelo de formar nuestra propia familia tal cual como a nuestros padres, es parte esencial del circulo de la vida.

Sin lugar a duda será la experiencia de vida más satisfactoria si se logra conquistar pacientemente, para ello; dejaremos al ego atrás y pondremos en práctica nuestra paciencia, resiliencia, compasión y amor hacia el prójimo. Será en ese día a día, de la mano de tu pareja, compartiendo todo tipo de emociones y sentimientos que lograrás por fin llegar a Roma. Lo mejor de todo es que en ese zigzagueado sendero harás conciencia del estupendo trabajo que hicieron tus padres al darte todo ese amor y al proveerte con toda aquella felicidad. Definitivamente, no hay mejor manera de vivir la vida que llegar a esa realización y darse cuenta de su inconmensurable valor en nuestra especie, es lo que nos diverge de las maquinas que hacen lo que hacen por ser ordenadas a hacerlo.

Cultivar y acrecentar ese amor y esa felicidad con ese ser amado que escogemos para compartir cada momento significativo y pequeño en nuestra vida es la meta total del ser humano, es lo que nos convierte en una extraordinaria coincidencia en el universo, es lo que pasamos a la conciencia colectiva de las nuevas generaciones, así como nuestros padres lo hicieron con nosotros devolviendo ese gran favor a la humanidad. Así que ama, se feliz y compártelo.

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