/ domingo 18 de julio de 2021

Colón y California

El historiador jalisciense Juan Miguel Toscano aportó en 1984 una conferencia en La Paz (BCS) con el título de “Colón y California”, que comenzó por referirse a las probables lecturas previas del genovés que le inclinaron a creer más en los textos fantásticos que en los libros aportados por los hallazgos científicos de la época y en los propios conocimientos adquiridos en su vasta experiencia como piloto y cartógrafo.

Todo ello al punto de negar que había encontrado un mundo nuevo en lugar del que quería hallar, o sea las indias occidentales, conocidas desde los siglos XIII y XIV por Marco Polo en sus viajes hacia el oriente, de los que informó en su Libro de las maravillas del mundo.

En fin que, como aseveró Toscano, “ni en su lecho de muerte aceptó la existencia de un nuevo continente, y pasó a la eternidad con su error, aunque la historia le reconoce como el descubridor de un mundo que él nunca quiso descubrir.”

O sea que al ensueño de don Cristóbal, quien calculó más cercana el Asia a su punto europeo de partida, se atravesó imprudentemente el pedazote de tierra firme e insular al que luego fue impuesto el nombre de América.

El mismo autor sostuvo en su exposición que hizo más mella en don Cristóbal el antiguo mito de las amazonas [contenido en La chanson de Roland y Amadís de Gaula, entre los principales textos] que “se introduce en el pensamiento hispánico del Renacimiento, época de grandes descubrimientos y subsecuentes conquistas a través de la literatura caballeresca, que tanta importancia tiene en el pensamiento de los descubridores y conquistadores del Nuevo Mundo colombino.”

Y sostiene que esta misma leyenda influyó en Colón, pues pueden hallarse, en sus propios escritos, alusiones “sobre estas huidizas hembras y su reina, al asegurar… que estas bravas guerreras se escondían primero en algunas islas del Caribe y otras en algún lugar de tierra firme” [todas ellas en las pretendidas Indias occidentales, del litoral asiático], al grado de que, por esos comentarios expresados durante su regreso a España, Garci Rodríguez de Montalvo “decidió incluir en su novela Las sergas de Esplandián a esta mítica personalidad y a su fantástica isla.” O sea California.

Efectivamente: En la crónica del primero de sus viajes al Nuevo Mundo, Colón refirió a Isabel y Fernando tener informes de la existencia de un sitio singular: “También dizque supo el Almirante que allí, hacia el este, había una isla donde no había sino solas mujeres…” [6 de enero de 1493.] “Díjeronle los indios que por aquella vía hallaría la isla de Matinino, que dizque era poblada de mujeres sin hombres, lo cual el Almirante mucho quisiera, por llevar dizque a los reyes cinco o seis de ellas, pero dudaba que los indios supiesen bien la derrota, y él no se podía detener por el peligro del agua que cogían las carabelas; mas dizque era cierto que las había, y que por cierto tiempo del año venían los hombres a ellas de la dicha isla de Caribe, que dizque estaba de ellas diez o doce leguas, y si parían niño enviábanlo a la isla de los hombres, y si niña dejábanla consigo…”

Añade el conferenciante que “Colón y sus comentarios, afirmaciones e ideas, era el hombre de moda del momento y supo así aprovecharlo el novelista, sin pensar que, a partir de ese hecho, California y Calafia se van a convertir en motivo de continua búsqueda, junto con el estrecho de Anián, las fantásticas islas de Oro y Plata y la legendaria Cíbola” de los exploradores que le siguieron.

Y afirma que dicha leyenda continuó estimulando el interés hasta el siglo XVI, de conquistadores como Hernán Cortés, Francisco Pizarro, Nuño Beltrán de Guzmán, Francisco de Orellana e incluso eruditos de la época.

“Las amazonas de Calafia y su mítica California –sigue diciendo— pasarán así a formar, junto con los otros ya citados libros, fuentes formales del acervo del descubridor y luego de los conquistadores españoles.”

Hasta aquí don Juan Toscano y García de Quevedo.

Ahora sabemos que el primero en aplicar el nombre de California a un punto concreto del planeta, fue el cronista Francisco Preciado, que en el transcurso del viaje dispuesto por Cortés y comandado por Francisco de Ulloa en 1539, escribió esta fantástica denominación para referirse al territorio meridional de la península, ahora llamado con el larguísimo e innecesario (aunque constitucional) nombre de Baja California Sur.

El historiador jalisciense Juan Miguel Toscano aportó en 1984 una conferencia en La Paz (BCS) con el título de “Colón y California”, que comenzó por referirse a las probables lecturas previas del genovés que le inclinaron a creer más en los textos fantásticos que en los libros aportados por los hallazgos científicos de la época y en los propios conocimientos adquiridos en su vasta experiencia como piloto y cartógrafo.

Todo ello al punto de negar que había encontrado un mundo nuevo en lugar del que quería hallar, o sea las indias occidentales, conocidas desde los siglos XIII y XIV por Marco Polo en sus viajes hacia el oriente, de los que informó en su Libro de las maravillas del mundo.

En fin que, como aseveró Toscano, “ni en su lecho de muerte aceptó la existencia de un nuevo continente, y pasó a la eternidad con su error, aunque la historia le reconoce como el descubridor de un mundo que él nunca quiso descubrir.”

O sea que al ensueño de don Cristóbal, quien calculó más cercana el Asia a su punto europeo de partida, se atravesó imprudentemente el pedazote de tierra firme e insular al que luego fue impuesto el nombre de América.

El mismo autor sostuvo en su exposición que hizo más mella en don Cristóbal el antiguo mito de las amazonas [contenido en La chanson de Roland y Amadís de Gaula, entre los principales textos] que “se introduce en el pensamiento hispánico del Renacimiento, época de grandes descubrimientos y subsecuentes conquistas a través de la literatura caballeresca, que tanta importancia tiene en el pensamiento de los descubridores y conquistadores del Nuevo Mundo colombino.”

Y sostiene que esta misma leyenda influyó en Colón, pues pueden hallarse, en sus propios escritos, alusiones “sobre estas huidizas hembras y su reina, al asegurar… que estas bravas guerreras se escondían primero en algunas islas del Caribe y otras en algún lugar de tierra firme” [todas ellas en las pretendidas Indias occidentales, del litoral asiático], al grado de que, por esos comentarios expresados durante su regreso a España, Garci Rodríguez de Montalvo “decidió incluir en su novela Las sergas de Esplandián a esta mítica personalidad y a su fantástica isla.” O sea California.

Efectivamente: En la crónica del primero de sus viajes al Nuevo Mundo, Colón refirió a Isabel y Fernando tener informes de la existencia de un sitio singular: “También dizque supo el Almirante que allí, hacia el este, había una isla donde no había sino solas mujeres…” [6 de enero de 1493.] “Díjeronle los indios que por aquella vía hallaría la isla de Matinino, que dizque era poblada de mujeres sin hombres, lo cual el Almirante mucho quisiera, por llevar dizque a los reyes cinco o seis de ellas, pero dudaba que los indios supiesen bien la derrota, y él no se podía detener por el peligro del agua que cogían las carabelas; mas dizque era cierto que las había, y que por cierto tiempo del año venían los hombres a ellas de la dicha isla de Caribe, que dizque estaba de ellas diez o doce leguas, y si parían niño enviábanlo a la isla de los hombres, y si niña dejábanla consigo…”

Añade el conferenciante que “Colón y sus comentarios, afirmaciones e ideas, era el hombre de moda del momento y supo así aprovecharlo el novelista, sin pensar que, a partir de ese hecho, California y Calafia se van a convertir en motivo de continua búsqueda, junto con el estrecho de Anián, las fantásticas islas de Oro y Plata y la legendaria Cíbola” de los exploradores que le siguieron.

Y afirma que dicha leyenda continuó estimulando el interés hasta el siglo XVI, de conquistadores como Hernán Cortés, Francisco Pizarro, Nuño Beltrán de Guzmán, Francisco de Orellana e incluso eruditos de la época.

“Las amazonas de Calafia y su mítica California –sigue diciendo— pasarán así a formar, junto con los otros ya citados libros, fuentes formales del acervo del descubridor y luego de los conquistadores españoles.”

Hasta aquí don Juan Toscano y García de Quevedo.

Ahora sabemos que el primero en aplicar el nombre de California a un punto concreto del planeta, fue el cronista Francisco Preciado, que en el transcurso del viaje dispuesto por Cortés y comandado por Francisco de Ulloa en 1539, escribió esta fantástica denominación para referirse al territorio meridional de la península, ahora llamado con el larguísimo e innecesario (aunque constitucional) nombre de Baja California Sur.