/ viernes 25 de octubre de 2019

Alumbrar

El temor fundado de lo que depara la oscuridad es ancestral. Mantener la iluminación para contrarrestarla sigue siendo un tema de seguridad básica. Transformamos los hábitos de siglos por jornadas extendidas al dominar el periodo nocturno. De la fogata al led.

Las personas más longevas recuerdan las épocas en que se dormía temprano, se hacían las últimas actividades del día usando velas o lámparas de aceite, y en décadas más cercanas, de tractolina, energético que hasta la década de los setentas se comercializó a bajo costo en las localidades urbanas y rurales de nuestra entidad. De olor persistente y consistencia aceitosa, igual servía para aluzar que para cocinar, aunque le impregnaba un retrogusto a hollín a la comida. Aún recuerdo con nitidez la rutina doméstica de surtir la ración para varios días en un lugar impresentable de mi barrio, curtido de este comburente. A la distancia admito que aun con tanta modernidad, seguimos siendo dependientes del petróleo para iluminarnos, aunque lo consumimos de maneras más elegantes.

Los avances tecnológicos que acompañan el desarrollo de la humanidad incide en la mejora de sus condiciones y desenvolvernos en el claroscuro es gracias a la energía eléctrica y los productos que la irradian para iluminarnos.

Dentro de los Objetivos de Desarrollo Sostenible y su agenda 2030 impulsada por la ONU considera garantizar el acceso universal a los servicios energéticos asequibles, fiables y modernos, que aunado al impulso y cooperación para el desarrollo tecnológico, los países del mundo puedan mejorar la eficiencia (www.ods.org.mx). Quienes explotamos la energía somos la sensible contraparte de estos retos y compromisos.

Si bien la tecnología ha ido modificando los modelos de iluminación para hacerlos cada vez más eficientes, es indisociable el halo de mercadotecnia enmarcándose en un proceso álgido con el convencimiento del alto impacto medioambiental, entendido en emanaciones indiscriminadas de CO2. Definitivamente, en nuestro país ha ido cambiándose paulatinamente la utilización de otros tipos de luminarias.

Estimaciones disponibles al 2018 indican que 26.6 millones de viviendas en el país utilizan focos ahorradores fluorescentes y 4.1 millones han accedido a los led. Sin embargo, en casi once millones de casas aún se utilizan focos incandescentes (INEGI. Encuesta Nacional de Sobre Consumo de Energéticos en Viviendas Particulares, ENCEVI).Aclaro que no se toman en cuenta a aquellos otros usos que pueden dársele a este tipo de focos.

La “gran revuelta de la bombilla” inició en el 2012 en la Unión Europea con la prohibición progresiva del uso de las incandescentes y en el 2018 se inició la reducción de las de halógeno. O como Australia que iniciará la prohibición de estos focos en el 2020 (www.dw.com). El objetivo ahora es el uso del led y las bombillas de bajo consumo, aunque surge una suspicacia: dado que es una tecnología relativamente nueva, aún se desconocen los efectos fisiológicos que podría ocasionar en personas, plantas y animales por el espectro de luz azul que emiten, similar a la de los monitores, pantallas de celulares y tabletas, aunque son durables y mucho más eficientes (www.lavanguardia.com).

En la dinámica de aportar soluciones respetuosas con la naturaleza, las políticas públicas y su relación con las sociedades pueden plantearse con orientación hacia ciudades inteligentes. Ello será posible cuando seamos agentes activos de cambio. En México, según la ENCEVI, en el 1.3% de las viviendas del país “no tienen la costumbre de apagar los focos cuando no se necesitan”. Yo quisiera una varita mágica de la saga de Harry Potter para usar en las noches el Lumosmáxima y no encender las luminarias en mi casa o bien, vivir en la sociedad imaginada por Nikola Tesla que indicaba que la energía estaba por doquier y podía usarse sin cables.

Eytale!

Aquella fría mañana, después de cubrir el entonces pedregoso y a ratos peligroso ascenso a la sierra La Giganta, llegué a un punto del camino donde se dominaba la vista a una hondonada. Vislumbré la estructura misional barroca de San Javier que sobresalía entre la bruma matinal, el verdor del oasis y el caserío. A mi llegó también el sonido reverberado de un generador de energía. Actualmente está unida a la red de electrificación. Atrás quedaron los tiempos ruidosos para mantener la iluminación nocturna en la localidad. Ineludiblemente, ese icónico lugar de mi memoria se acompaña del sonido taladrante de su planta de luz.

Comunicóloga, fotógrafa, diseñadora y sibarita.

iliana.peralta@gmail.com. En Twitter @LA_PERALTA

La Tandariola también se escucha. Disponible en podcast en Ivoox.

El temor fundado de lo que depara la oscuridad es ancestral. Mantener la iluminación para contrarrestarla sigue siendo un tema de seguridad básica. Transformamos los hábitos de siglos por jornadas extendidas al dominar el periodo nocturno. De la fogata al led.

Las personas más longevas recuerdan las épocas en que se dormía temprano, se hacían las últimas actividades del día usando velas o lámparas de aceite, y en décadas más cercanas, de tractolina, energético que hasta la década de los setentas se comercializó a bajo costo en las localidades urbanas y rurales de nuestra entidad. De olor persistente y consistencia aceitosa, igual servía para aluzar que para cocinar, aunque le impregnaba un retrogusto a hollín a la comida. Aún recuerdo con nitidez la rutina doméstica de surtir la ración para varios días en un lugar impresentable de mi barrio, curtido de este comburente. A la distancia admito que aun con tanta modernidad, seguimos siendo dependientes del petróleo para iluminarnos, aunque lo consumimos de maneras más elegantes.

Los avances tecnológicos que acompañan el desarrollo de la humanidad incide en la mejora de sus condiciones y desenvolvernos en el claroscuro es gracias a la energía eléctrica y los productos que la irradian para iluminarnos.

Dentro de los Objetivos de Desarrollo Sostenible y su agenda 2030 impulsada por la ONU considera garantizar el acceso universal a los servicios energéticos asequibles, fiables y modernos, que aunado al impulso y cooperación para el desarrollo tecnológico, los países del mundo puedan mejorar la eficiencia (www.ods.org.mx). Quienes explotamos la energía somos la sensible contraparte de estos retos y compromisos.

Si bien la tecnología ha ido modificando los modelos de iluminación para hacerlos cada vez más eficientes, es indisociable el halo de mercadotecnia enmarcándose en un proceso álgido con el convencimiento del alto impacto medioambiental, entendido en emanaciones indiscriminadas de CO2. Definitivamente, en nuestro país ha ido cambiándose paulatinamente la utilización de otros tipos de luminarias.

Estimaciones disponibles al 2018 indican que 26.6 millones de viviendas en el país utilizan focos ahorradores fluorescentes y 4.1 millones han accedido a los led. Sin embargo, en casi once millones de casas aún se utilizan focos incandescentes (INEGI. Encuesta Nacional de Sobre Consumo de Energéticos en Viviendas Particulares, ENCEVI).Aclaro que no se toman en cuenta a aquellos otros usos que pueden dársele a este tipo de focos.

La “gran revuelta de la bombilla” inició en el 2012 en la Unión Europea con la prohibición progresiva del uso de las incandescentes y en el 2018 se inició la reducción de las de halógeno. O como Australia que iniciará la prohibición de estos focos en el 2020 (www.dw.com). El objetivo ahora es el uso del led y las bombillas de bajo consumo, aunque surge una suspicacia: dado que es una tecnología relativamente nueva, aún se desconocen los efectos fisiológicos que podría ocasionar en personas, plantas y animales por el espectro de luz azul que emiten, similar a la de los monitores, pantallas de celulares y tabletas, aunque son durables y mucho más eficientes (www.lavanguardia.com).

En la dinámica de aportar soluciones respetuosas con la naturaleza, las políticas públicas y su relación con las sociedades pueden plantearse con orientación hacia ciudades inteligentes. Ello será posible cuando seamos agentes activos de cambio. En México, según la ENCEVI, en el 1.3% de las viviendas del país “no tienen la costumbre de apagar los focos cuando no se necesitan”. Yo quisiera una varita mágica de la saga de Harry Potter para usar en las noches el Lumosmáxima y no encender las luminarias en mi casa o bien, vivir en la sociedad imaginada por Nikola Tesla que indicaba que la energía estaba por doquier y podía usarse sin cables.

Eytale!

Aquella fría mañana, después de cubrir el entonces pedregoso y a ratos peligroso ascenso a la sierra La Giganta, llegué a un punto del camino donde se dominaba la vista a una hondonada. Vislumbré la estructura misional barroca de San Javier que sobresalía entre la bruma matinal, el verdor del oasis y el caserío. A mi llegó también el sonido reverberado de un generador de energía. Actualmente está unida a la red de electrificación. Atrás quedaron los tiempos ruidosos para mantener la iluminación nocturna en la localidad. Ineludiblemente, ese icónico lugar de mi memoria se acompaña del sonido taladrante de su planta de luz.

Comunicóloga, fotógrafa, diseñadora y sibarita.

iliana.peralta@gmail.com. En Twitter @LA_PERALTA

La Tandariola también se escucha. Disponible en podcast en Ivoox.

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