/ martes 14 de agosto de 2018

Acerca del empoderamiento femenino

Brenda I. Madrid Velarde

Hablar del empoderamiento femenino nos remonta a la Conferencia Mundial de las Mujeres en Beijing (Pekin, 1995), ocasión en la que este término fue acuñado para hacer alusión al incremento en la participación de las mujeres en el poder y la toma de decisiones, redignificando la dignidad de la mujer y el poderío individual y colectivo que respaldan su valor como persona.

Somos parte de una historia llena de creencias limitantes, donde se ha convencido a la mujer de ser “el sexo débil”, de “no tener” poder sobre su cuerpo, de ser “menos inteligentes”, “menos capaces” y “menos productivas” que el hombre… fieles creyentes de estos preceptos, la mujer se somete a vivir discriminación y violencia, entre otros males. Se acostumbra a ver pasar su vida sin poder decidir sobre ella, a sufrir en silencio y a gritar sin ser escuchada.

Claro está que la sociedad patriarcal implica un orden social que deriva en roles de género muy particulares, donde hemos dado por hecho que los comportamientos asignados a cada uno de los sexos están prácticamente determinados de manera biológica, es decir, que son naturales. Sin embargo, esta tendencia patriarcal que aún mantiene sus tintes en nuestra actualidad no sólo se ha apoyado en la biología para secundar la supremacía masculina sobre la mujer. También ha echado mano de la ciencia, la religión, la filosofía, etc., cualquier modelo que le permita interiorizar en el género femenino su insuficiencia en comparación con el hombre.

Cientos de acciones durante muchos años, mujeres decididas y conjunción de voluntades, han logrado ir modificando estas marcadas diferencias de género. La mujer tiene más y mejores oportunidades de vida, de trabajo y desarrollo en general. Desde el pensamiento de Federico Nietzsche “El hombre debe de ser educado para la guerra y la mujer para la recreación del guerrero: todo lo demás es tontería”, hasta la postura de Simone de Beauvoir “No se nace mujer, se llega a serlo”, incluso antes y después de estos filósofos, cada paso ha sido evolución, cambio constante hacia un mundo equitativo donde una de las principales herramientas de la mujer es el empoderamiento.

Pero, ¿qué es el empoderamiento? De acuerdo a la Real Academia Española, se refiere a “conceder poder [a un colectivo desfavorecido socioeconómicamente] para que, mediante su autogestión, mejore sus condiciones de vida (…), utilizar los bienes y derechos conseguidos necesarios para el desarrollo de los intereses propios”. El empoderamiento femenino es un elemento invaluable en el engranaje contra la violencia y la discriminación hacia la mujer. Alude al control sobre sí misma y sobre los recursos que determinan su poder, como la autonomía y la ideología.

Partiendo de una perspectiva de género, del respeto a la dignidad y el reconocimiento de los derechos de la mujer, podemos hablar de 4 aspectos que conforman el empoderamiento femenino: 1) El empoderamiento jurídico: tiene que ver con el conocimiento de las leyes vigentes que protegen a la mujer (por ejemplo, la Ley General de Acceso de las Mujeres a una Vida Libre de Violencia, Derechos Humanos de las Mujeres, Art. 4 Constitucional). También se debe conocer acerca de la administración de la justicia y los derechos humanos; una sucinta noción acerca de estos rubros permite que la mujer actúe con mayor seguridad en el ámbito de la legalidad y de sus derechos. 2) El empoderamiento económico abarca el hecho de ser autosuficiente para sobrevivir, tener poder adquisitivo para la propiedad y ser económicamente independiente. Por lo que resulta importante el contar con un empleo o el poder realizar otro tipo de actividades remuneradas. En mi experiencia de trabajo con mujeres víctimas de violencia, he encontrado que son motivos comunes para no abandonar ese ambiente tóxico, el sentir que no tienen a dónde ir, el no ser económicamente activas, el no vislumbrar una forma de sostener a sus hijos ellas solas o no tener dinero para regresar a su lugar de origen… todos ellos son factores relacionados con la economía. Indiscutiblemente, para la mujer que lo vive, la falta de recursos económicos o de un empleo, genera debilidad, inseguridad y vulnerabilidad. 3) Empoderamiento social: hace referencia al acceso a las instituciones, a las posibilidades de organización y al reconocimiento de la mujer como un ser respetuoso de sí misma y de los demás. Fortaleciendo e incentivando sus recursos personales para participar en los procesos de cambio. El autoconocimiento permite la autoestima adecuada para ejercer relaciones interpersonales sanas. Puede tratarse simplemente de pertenecer a un gimnasio, a un club social o hasta a alguna asociación donde la sororidad refuerce el proceso de empoderamiento. 4) Empoderamiento cultural: las creencias socioculturales en relación a lo que una mujer debe ser y hacer, se enfrentan aquí con la presencia de una autoimagen sin prejuicios ni estereotipos de género, donde las acciones de naturaleza cultural que realiza la mujer, estén libres de discriminación y de violencia. Para ello la sociedad entera debe evolucionar, fluir junto con las instituciones, la intelectualidad, la ideología, las creencias, rumbo a un amplio espectro de actuación equitativa entre géneros.

Trabajar estos cuatro aspectos es como hacer de la mujer una muralla, firme y fuerte para evitar la intrusión de agentes discriminativos, violentos, subjetivos; repelente a la violencia, a la inseguridad, a los estereotipos. Con cimientos profundos que no permitan los sentimientos de vulnerabilidad o minusvalía. Una muralla permeable a la comunicación, a los ideales, a la equidad. Que permita a la mujer conocerse, entenderse y valorarse como ser integral, completa, llena de recursos personales, libre… empoderada.

Brenda I. Madrid Velarde

Hablar del empoderamiento femenino nos remonta a la Conferencia Mundial de las Mujeres en Beijing (Pekin, 1995), ocasión en la que este término fue acuñado para hacer alusión al incremento en la participación de las mujeres en el poder y la toma de decisiones, redignificando la dignidad de la mujer y el poderío individual y colectivo que respaldan su valor como persona.

Somos parte de una historia llena de creencias limitantes, donde se ha convencido a la mujer de ser “el sexo débil”, de “no tener” poder sobre su cuerpo, de ser “menos inteligentes”, “menos capaces” y “menos productivas” que el hombre… fieles creyentes de estos preceptos, la mujer se somete a vivir discriminación y violencia, entre otros males. Se acostumbra a ver pasar su vida sin poder decidir sobre ella, a sufrir en silencio y a gritar sin ser escuchada.

Claro está que la sociedad patriarcal implica un orden social que deriva en roles de género muy particulares, donde hemos dado por hecho que los comportamientos asignados a cada uno de los sexos están prácticamente determinados de manera biológica, es decir, que son naturales. Sin embargo, esta tendencia patriarcal que aún mantiene sus tintes en nuestra actualidad no sólo se ha apoyado en la biología para secundar la supremacía masculina sobre la mujer. También ha echado mano de la ciencia, la religión, la filosofía, etc., cualquier modelo que le permita interiorizar en el género femenino su insuficiencia en comparación con el hombre.

Cientos de acciones durante muchos años, mujeres decididas y conjunción de voluntades, han logrado ir modificando estas marcadas diferencias de género. La mujer tiene más y mejores oportunidades de vida, de trabajo y desarrollo en general. Desde el pensamiento de Federico Nietzsche “El hombre debe de ser educado para la guerra y la mujer para la recreación del guerrero: todo lo demás es tontería”, hasta la postura de Simone de Beauvoir “No se nace mujer, se llega a serlo”, incluso antes y después de estos filósofos, cada paso ha sido evolución, cambio constante hacia un mundo equitativo donde una de las principales herramientas de la mujer es el empoderamiento.

Pero, ¿qué es el empoderamiento? De acuerdo a la Real Academia Española, se refiere a “conceder poder [a un colectivo desfavorecido socioeconómicamente] para que, mediante su autogestión, mejore sus condiciones de vida (…), utilizar los bienes y derechos conseguidos necesarios para el desarrollo de los intereses propios”. El empoderamiento femenino es un elemento invaluable en el engranaje contra la violencia y la discriminación hacia la mujer. Alude al control sobre sí misma y sobre los recursos que determinan su poder, como la autonomía y la ideología.

Partiendo de una perspectiva de género, del respeto a la dignidad y el reconocimiento de los derechos de la mujer, podemos hablar de 4 aspectos que conforman el empoderamiento femenino: 1) El empoderamiento jurídico: tiene que ver con el conocimiento de las leyes vigentes que protegen a la mujer (por ejemplo, la Ley General de Acceso de las Mujeres a una Vida Libre de Violencia, Derechos Humanos de las Mujeres, Art. 4 Constitucional). También se debe conocer acerca de la administración de la justicia y los derechos humanos; una sucinta noción acerca de estos rubros permite que la mujer actúe con mayor seguridad en el ámbito de la legalidad y de sus derechos. 2) El empoderamiento económico abarca el hecho de ser autosuficiente para sobrevivir, tener poder adquisitivo para la propiedad y ser económicamente independiente. Por lo que resulta importante el contar con un empleo o el poder realizar otro tipo de actividades remuneradas. En mi experiencia de trabajo con mujeres víctimas de violencia, he encontrado que son motivos comunes para no abandonar ese ambiente tóxico, el sentir que no tienen a dónde ir, el no ser económicamente activas, el no vislumbrar una forma de sostener a sus hijos ellas solas o no tener dinero para regresar a su lugar de origen… todos ellos son factores relacionados con la economía. Indiscutiblemente, para la mujer que lo vive, la falta de recursos económicos o de un empleo, genera debilidad, inseguridad y vulnerabilidad. 3) Empoderamiento social: hace referencia al acceso a las instituciones, a las posibilidades de organización y al reconocimiento de la mujer como un ser respetuoso de sí misma y de los demás. Fortaleciendo e incentivando sus recursos personales para participar en los procesos de cambio. El autoconocimiento permite la autoestima adecuada para ejercer relaciones interpersonales sanas. Puede tratarse simplemente de pertenecer a un gimnasio, a un club social o hasta a alguna asociación donde la sororidad refuerce el proceso de empoderamiento. 4) Empoderamiento cultural: las creencias socioculturales en relación a lo que una mujer debe ser y hacer, se enfrentan aquí con la presencia de una autoimagen sin prejuicios ni estereotipos de género, donde las acciones de naturaleza cultural que realiza la mujer, estén libres de discriminación y de violencia. Para ello la sociedad entera debe evolucionar, fluir junto con las instituciones, la intelectualidad, la ideología, las creencias, rumbo a un amplio espectro de actuación equitativa entre géneros.

Trabajar estos cuatro aspectos es como hacer de la mujer una muralla, firme y fuerte para evitar la intrusión de agentes discriminativos, violentos, subjetivos; repelente a la violencia, a la inseguridad, a los estereotipos. Con cimientos profundos que no permitan los sentimientos de vulnerabilidad o minusvalía. Una muralla permeable a la comunicación, a los ideales, a la equidad. Que permita a la mujer conocerse, entenderse y valorarse como ser integral, completa, llena de recursos personales, libre… empoderada.

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